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architexts ISSN 1809-6298


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Rio de Janeiro é a única metrópole no mundo cuja iconicidade não está referida a um símbolo arquitetônico: dois “morros” predominantes identificaram o skyline urbano- o Pão de Açúcar e o Corcovado

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Rio de Janeiro es la única metrópolis en el mundo cuya iconicidad no se refiere a un símbolo arquitectónico: dos "morros" predominantes han identificado el skyline urbano - el Pão de Açúcar y el Corcovado


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SEGRE, Roberto. Rio de Janeiro Metropolitano: añoranzas de la “Cidade Maravilhosa”. Arquitextos, São Paulo, año 04, n. 046.01, Vitruvius, mar. 2004 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/04.046/599>.

Naturaleza y centralidad

Río de Janeiro es la única metrópolis en el mundo cuya iconicidad no está referida a un símbolo arquitectónico: dos “morros” predominantes identificaron el skyline urbano: el Pan de Azúcar y el Corcovado. Su historia resume una persistente relación de amor-odio entre naturaleza y ciudad. En el siglo XVI, los franceses al mando del almirante Villegagnon, fundaron la France Antarctique en una isla de la bahía de Guanabara; luego, los portugueses, trasladaron al Nuevo Mundo las tradiciones urbanas medievales. Asentados tímidamente en la entrada de la bahía a los pies del Pan de Azúcar; ocuparon más tarde las alturas del morro do Castelo (1565), verdadero asentamiento fundacional. Por último, una cuadrícula irregular surgió en el reducido espacio plano – llamado várzea –, de aproximadamente un kilómetro cuadrado, circundado por diversos morros. Las estructuras simbólicas del poder fueron esparcidas en un tejido apretado, ajeno a las normativas de las Leyes de Indias que identificaron las ciudades hispanoamericanas.

Con la transferencia de la Corte portuguesa al Brasil (1808), la densa ciudad colonial fue dilatada por la expansión en el espacio suburbano – asumiendo los códigos neoclásicos de la misión francesa de Grandjean de Montigny –, en dirección a la zona Norte y el interior de la bahía. Las costas oceánicas y sus playas todavía representaban el peligro de los ataques enemigos, mientras el poder político y la aristocracia local se sentían protegidos en sus lujosas mansiones de los nuevos barrios “tierra adentro”. Aconteció un fecundo diálogo con la naturaleza, “humanizada” por las enfiladas de palmeras reales del Jardín Botánico y el parque tropical de la Quinta de Boa Vista, residencia del Emperador. Éste, apasionado con el agredido bosque de la Floresta da Tijuca, promovió su reforestación y uso como espacio de recreación para los habitantes de la capital carioca.

Proclamada la República a finales del siglo XIX, la adopción del modelo haussmaniano entró en conflicto con el paisaje y la herencia colonial. Entre la adopción de la monumentalidad académica por el alcalde Pereira Passos (1903-1906) y el Plan Director de Donat Alfred Agache (1925-1930), el centro urbano fue protagonista de profundas transformaciones, que configuraron la imagen del Río “moderno”. El trazado de la Avenida Central, resultó una operación escenográfica – en contraposición a la Avenida de Mayo de Buenos Aires –, basada en el diseño de las fachadas a lo largo del nuevo eje vial, que arrasó cerca de 400 edificios coloniales. Iniciativa reiterada en la extendida avenida Getulio Vargas (1940), ocasionando la demolición de otras tantas construcciones históricas. Consecuencias radicales tuvo la desaparición de varios morros en el centro, abriendo espacios libres para el asentamiento de comercios, oficinas y edificios públicos. Entre 1920 y 1950, se apagó la memoria histórica de la ciudad, modificándose el perfil originario del área central: la tierra de los “morros” del Senado, de Castelo – que contenía las principales iglesias y conventos coloniales – y de Santo Antônio, quedó derramada sobre la bahía, surgiendo allí el aeropuerto de Santos Dumont y el Aterro de Flamengo. Implantados los trazados académicos, las anchas avenidas, los edificios gubernamentales eclécticos y las primeras torres de oficinas, la capital asumió así la prestancia y monumentalidad acorde a la escala continental del Brasil.

La urbe hedonista de “Zé Carioca”

La revolución iniciada por Getúlio Vargas (1930), acabó con la República Velha y los epígonos del clasicismo, acelerándose la modernización e industrialización del país. Con el desarrollo del ferrocarril y las primeras fábricas asentadas en la capital; la zona Norte se convirtió en el espacio proletario, que desplazó la burguesía hacia la costera zona Sur. Primero, en los barrios a lo largo de la bahía – Flamengo y Botafogo –, y finalmente en dirección a las playas oceánicas de mar abierto: Copacabana, Ipanema, Leblon; prolongándose en la segunda mitad del siglo XX, en dirección a San Conrado y la Barra de Tijuca, actual “Miami” carioca. En el centro, las representaciones del Movimiento Moderno – identificadas con los pilotis, los brise-soleil , y la planta libre del Ministerio de Educación y Cultura (1936), de Lucio Costa, Niemeyer, Le Corbusier y su equipo –, y del Internacional Style, barrieron con las edificaciones eclécticas, convirtiendo la avenida Río Branco en un desfiladero de altas torres de acero y cristal. Hasta 1960, fecha en que el sistema administrativo de la nación se radicó en Brasilia, el centro era un hervidero de funciones, gentes y actividades sociales, en una heterogénea mezcla, no sólo de edificios, sino también de grupos humanos de divergentes recursos económicos.

Pero la nueva imagen del Río de Janeiro moderno, comenzó a gestarse en los barrios de la zona Sur. Luego de profanar “morros” y colinas, con túneles y viaductos que permitieron el rápido acceso desde el centro en automóvil, la acelerada construcción de hoteles y edificios de departamentos en Copacabana, hizo de este barrio el icono de la ciudad. No es casual que en los años cuarenta, los inversionistas de la Florida llegaran para conocer este modelo de desarrollo, aplicado en Miami Beach. A su vez Disney, en “Los Tres Caballeros”, hizo fluctuar suavemente a Zé Carioca en su alfombra mágica sobre su reconocido perfil. El adusto ritual del centro contrastó con el comportamiento informal de un espacio urbano más relacionado con el placer y el tiempo libre que con la disciplina del trabajo. La naturaleza fue recuperada para la vida al aire libre, en contacto con la playa y el mar, cuya exaltación se produjo en el Aterro de Flamengo, diseñado por Burle Marx. El culto al cuerpo se convirtió en credo fundamental del beautiful people de Río. La imagen de la Cidade Maravilhosa alcanzó su clímax en los años cincuenta, identificada con el Carnaval, Carmen Miranda, y Oscar Niemeyer circulando por la avenida costera en un Cadillac cola de pato.

La ciudad “partida”: barrios y favelas

Con la proclamación de la nueva capital, el sueño se disipó y a la euforia carnavalesca le siguió un anonimato desesperanzador. Perdido el dinamismo de las funciones administrativas y el brillo de los rituales de la capitalidad, asociados a las dos décadas de represión de la dictadura (1964-1984), Río de Janeiro entró en una crisis de identidad – y también económica y social –, de la que fue difícil recuperarse. Pero, la proliferación de los asentamientos precarios de la población de baja renta, constituyó el mayor problema urbano a lo largo del siglo XX, configurando según el escritor Zuenir Ventura, “la ciudad partida”. Surgidas a finales del siglo XIX, existen en la actualidad 600 favelas con más de un millón de habitantes – sobre un total de 5.5 millones en el municipio –, distribuidas por todas las áreas de la ciudad. Contrariamente a los esquemas tipológicos urbanos tradicionales, en los que pobreza y riqueza poseen zonificaciones contrapuestas; las favelas de Río – algunas de ellas asentadas en los morros céntricos – radicaron próximas a las áreas “nobles”: Dona Marta en Humaitá; Pavão-Pavonzinho en Copacabana; Vidigal en San Conrado; Rocinha en Gávea, etc. El acceso principal al aeropuerto internacional “Tom Jobin” cruza el denso y problemático asentamiento del Complexo da Maré.

Superadas definitivamente las tesis sobre la erradicación de las favelas, asumidas como un “cáncer urbano” – tanto de los políticos de derecha como de los gobiernos militares –; los gobiernos municipales de la década de los noventa –, los alcaldes César Maia (1993-1996 y 2001-2004) y Luiz Paulo Conde (1997-2000) –, optaron por integrarlas al sistema de la ciudad formal. Se implementó el Programa Favela-Bairro dirigido por el Secretario de la Vivienda, Sérgio Magalhães, con el objetivo de crear espacios públicos en las favelas y otorgarles los atributos de la urbanidad: infraestructuras básicas de saneamiento, luz, agua potable, recogida de basura y un sistema vial que eliminase la impermeabilidad de los asentamientos. El diseño de ambientes apropiados para las funciones sociales fue acompañado por la construcción de nuevas edificaciones sociales: centros de capacitación, jardines de infancia, áreas deportivas y servicios comunitarios. O sea, se intentó superar la antítesis entre “ciudad formal e informal”; revalorizar estéticamente el suburbio anónimo y eliminar el concepto de “ghetto” segregado, tanto social como arquitectónico. Los proyectos desarrollados en un centenar de favelas, fueron elaborados por arquitectos cariocas de renombre – Paulo Casé, los hermanos Roberto – o estudios de profesionales jóvenes: Archi 5; Arquitraço; Fábrica Arquitectura, Planejamento Arquitetônico Ambiental, etc. Resultó una experiencia significativa, porque obligó a los diseñadores a asimilar las lógicas espaciales y formales de las estructuras urbanas preexistentes; adaptarse a los complejos condicionantes topográficos y ecológicos, e identificar los significados culturales y simbólicos originarios, para adecuar las propuestas a los sistemas de valores de cada comunidad. Estas intervenciones, hipotéticamente, habrían facilitado la reducción de los conflictos sociales, al lograr la articulación espacial entre las favelas y los barrios circundantes; pero la agresiva presencia de los traficantes de drogas y su incidencia en la dinámica económica de la ciudad, no permitieron atenuar las contradicciones existentes y la aguda violencia urbana. La reciente película Cidade de Deus de Fernando Meirelles, testimonia esta situación.

Una urbanidad mediática y globalizada

A diferencia de otras capitales latinoamericanas – Buenos Aires y Montevideo, por ejemplo –, Río de Janeiro nunca tuvo una alta densidad de población asentada en el núcleo central; básicamente especializado en las funciones comercial, política, administrativa, bancaria y recreativa. Tampoco el turismo alcanzó una presencia significativa: los principales hoteles radicaron a lo largo de la bahía, desde el barrio de Glória, en dirección a la costa atlántica. O sea, con el desplazamiento de la capital a Brasilia, el centro perdió vitalidad, acentuada por el desarrollo del área residencial en la distante Barra de Tijuca (la “Miami” carioca) – a partir del Plan Director realizado por Lúcio Costa en los años sesenta – , que alberga en la actualidad 170 mil habitantes de clase media alta. Al integrarse progresivamente en este territorio suburbano, shoppings, oficinas, escuelas, centros universitarios y actividades culturales – que absorben la mayor parte de las inversiones privadas en el sector inmobiliario –; los recientes intentos de reavivar el centro por parte de los gobiernos municipales, no fueron exitosos hasta el presente.

Desde los años ochenta se llevaron a cabo diversas iniciativas en el centro histórico tradicional. La primera fue el “Corredor Cultural”, que recuperó un área de construcciones de valor patrimonial, asentando en ellas cafés, restaurantes, anticuarios, museos e instituciones culturales de gran vitalidad: el Paço Imperial, la Casa França-Brasil y el Centro Cultural Banco do Brasil. A partir de 1993, Luiz Paulo Conde, Secretario de Urbanismo y posteriormente Prefeito (1997-2000), desarrolló una agresiva política de intervención en las áreas centrales, a través del Programa Rio-Cidade, que también abarcó 17 barrios urbanos. Se asumieron como paradigmas la experiencia de Puerto Madero en Buenos Aires y Barcelona Olímpica, siendo invitados a participar como asesores y proyectistas Jordi Borja, Oriol Bohigas y Nuno Portas. Las iniciativas concretas de diseño urbano – llamadas por César Maia de “acupuntura urbana” –, sustituyeron los genéricos esquemas abstractos de planificación o de planos directores. Éstas se concentraron en los desactivados almacenes de la zona portuaria y el frente costero del área monumental, entre el aeropuerto Santos Dumont y la Praça XV. Se elaboraron alternativas para un conjunto polifuncional, que integrase las sedes de empresas internacionales, lujosos hoteles y residencias, shoppings y nuevos centros culturales, revertiendo la acelerada degradación social y ambiental de la zona. Aunque en la actualidad los proyectos están aún en el papel, el mayor esfuerzo económico y político de las autoridades municipales – pese a las duras críticas de profesionales locales, y agentes comunitarios –, se centró en llevar a la práctica la costosa y sofisticada propuesta de una sucursal del Museo Guggenheim en el Pier Mauá, principal “dock” del puerto, proyectado por Jean Nouvel.

En resumen, Río de Janeiro ha sido siempre la ciudad “ícono” del Brasil, y sigue conservando su “aura” de capital cultural del país. De allí los angustiosos esfuerzos de las autoridades por insertarla en el sistema de “ciudades mundiales”, reactivar su precaria economía y alcanzar una dimensión continental y universal, no sólo a través de su imagen difundida en las tarjetas postales. Pero esta ambición no puede asumir acríticamente recetas ajenas, ni obviar la realidad económica y social imperante. La escasa identificación de la élite carioca y de los inversionistas privados con las iniciativas de reactivación del centro, y con sus significados culturales y simbólicos; así como los agudos conflictos sociales, distantes de una inminente solución – que no sea la clásica represión policial –; dificultan las perspectivas de un rescate de los valores perdidos de la Cidade Maravilhosa. Porque, las escenografías espectaculares de la ciudad mediática resultarán fugaces si no cuentan con la participación activa de los múltiples segmentos de la comunidad, en la transformación del presente y en la gestación del futuro.

bibliografía básica

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BORELLI, Ana (Edit.), Porto do Rio, Rio de Janeiro: Centro de Arquitetura e Urbanismo, Prefeitura da Cidade do Rio de Janeiro, 2001.

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nota

NE – El presente trabajo forma parte de la investigación que se desarrolla en el PROURB/FAU, patrocinada por el CNPq., para el estudio de los Íconos Urbanos del siglo XX en la ciudad de Río de Janeiro. Articulo publicado en la revista ZArquitectura, n. 2, Zaragoza, Colegio Oficial de Arquitectos de Aragòn, 2003, p. 46-49.

sobre el autor

Roberto Segre, arquitecto e crítico de arquitectura, profesor de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal de Río de Janeiro

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