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architexts ISSN 1809-6298


abstracts

español
El autor se propone trabajar las nociones de arquitectura y desplazamiento. Se busca aludir con ello al traslado implícito en todo exilio y a la asunción de la obra de los arquitectos españoles en el exilio como una arquitectura desplazada


how to quote

VICENTE GARRIDO, Henry. Exilios arquitectónicos. Arquitextos, São Paulo, año 10, n. 120.05, Vitruvius, mayo 2010 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/arquitextos/10.120/3416>.

"Venir de otra parte, de 'allá', no de 'aquí', y encontrarse, por lo tanto, de manera simultánea, 'dentro' y 'fuera' de la situación de que se trate, es vivir en las intersecciones de historias y memorias, experimentando tanto su dispersión preliminar como su traducción consiguiente en nuevas disposiciones más vastas a lo largo de rutas desconocidas. Es un drama que rara vez se elige libremente." (Iain Chambers, Migración, Cultura e Identidad)

Como triste señal de la calma que precede a toda tormenta, la frase que Rafael Bergamín pronunciara en 1925 a su regreso de la Exposición de Artes Decorativas en París, “Nos encontramos en medio de una gran borrasca. Ahí, en Madrid, no se mueve ni una hoja de rábano”, podría ser leída como el punto de partida de un periplo vital, el de Bergamín y el de toda una generación de arquitectos españoles, rico e inquietante (1). El tránsito desde ese lugar en el que “no se movía ni una hoja” hasta la “tempestad” de la guerra y de la partida, señala el arco cronológico de un momento de la arquitectura española que sacudió un panorama desolador y que ha quedado inscrito en las diversas historiografías de la modernidad como un proceso inacabado, un proyecto truncado.

Y es que si esa generación de arquitectos fue la que consolidó la apertura de la arquitectura española hacia los aires de la modernidad también sería la de los distanciamientos (2) Permaneciendo, en la mayoría de los casos, periféricos a los centros de gestación y producción cultural de lo moderno, se verán confrontados, sin embargo, por una de las máximas de la modernidad: la sujeción al cambio incesante, una “tradición de la traición”, que sustituye “lo anterior” por algo que a su vez será cambiado rápidamente. Susan Sontag ha definido esta naturaleza inherente a la modernidad de la siguiente forma: “La modernidad decreta un pasado caduco y produce antigüedades instantáneas” (3). La mudanza, la transferencia, la inestabilidad perenne son consecuencias implícitas de lo moderno, mas el detonante de partida de este grupo de arquitectos será el drama de la guerra y, en consecuencia, el ineludible exilio.

Señala John Berger que emigrar “no significa únicamente dejar el país, atravesar mares, vivir entre extranjeros”, sino que implica, igualmente, reconstruir “el propio sentido del mundo” y -en lo más extremo- que uno se abandone “a lo irreal, que es también lo absurdo”. El siglo XX ha sido el siglo de los exilios. Una ingente cantidad de personas fueron forzadas a abandonar sus territorios y lugares de origen, generando un distanciamiento que en la mayoría de los casos resultaría irrecuperable. Así pues, el conjunto de los exiliados a causa de la Guerra Civil española constituye una fracción de los distintos contingentes humanos que se vieron obligados a cambiar radicalmente sus geografías vitales, si bien constituye un anticipo inmediato de las grandes hornadas que se sucederían a raíz de la Segunda Guerra Mundial. Dentro de ese conjunto, el grupo de arquitectos que salió al exilio representa apenas una muestra minúscula, casi insignificante al lado de los desplazamientos masivos que se dieron en el siglo XX.

Pero el exilio, como ítem o como objeto concreto de investigación histórica debe insertarse, como ha señalado Juan José Martín Frechilla, al menos en dos historias nacionales: la del país que expulsa y la del país  que  acoge (4).  Y  es que no es posible en este caso hablar de una arquitectura dada como producto de una sociedad y cultura determinada, sino más bien de la producción de una cultura arquitectónica que surge desde los lugares ocultos, de los márgenes, entre los repliegues de lo “nacional”. Esta arquitectura nómada, inserta en un lugar y en varios instantes, desafía las nociones mismas de identidad cultural y la de tradición cultural y arquitectónica. Resulta pertinente señalar las reflexiones que Edward Said ha formulado desde el universo de los estudios culturales, Said ha desafiado las nociones de pertenencia, en el caso del origen literario y cultural, existentes en un contexto global. (5)

Además, el hecho de pretender ubicar esta aproximación dentro de una concepción de la historia arquitectónica mucho más abierta, obliga a articularla a otros asuntos, que son mucho más pragmáticos y cotidianos. Coincide esta pretensión con la irrupción de procesos historiográficos que privilegian el conjunto en detrimento del objeto, el desenfoque en lugar de la plenitud visual, la autoría discreta y compartida en vez de la heroicidad del talento individual. 

Las consecuencias de la guerra civil sobre la población de arquitectos, como ocurrió en todos los ámbitos profesionales y humanos, fueron notables, llegándose a calificar como determinante “la ausencia de muchos de los protagonistas de la arquitectura de preguerra en el particular itinerario que siguió la arquitectura española una vez concluida la Guerra Civil” (6). El grupo que se vio obligado a la diáspora física y moral constituye, según Arturo Sáenz de la Calzada, “un espléndido regalo que España hizo al mundo a expensas de una gravísima e irreparable mutilación de su propia sustancia esencial” (7). Esta frase puede ser vista con otro sentido, aquél que define Martín Frechilla como “transferencias inesperadas de modernidad”, subrayando la repentina y azarosa situación que posibilitó el arribo a diversos países, sobre todo latinoamericanos, de numerosos profesionales españoles que se vieron obligados a hacer una síntesis apresurada de la formación que traían, la nueva realidad que les brindaba acogida y la imperiosa necesidad de entrar en un proceso de “trueque” y, obviamente, también de supervivencia, en un medio extraño.

Es por ello que, al pretender vincular el exilio arquitectónico y el “desplazamiento” de la arquitectura, debe ser destacado el implícito proceso de fricción, de desgaste, desarraigo, y también de encuentro, que se produce en los territorios inestables del exilio. Y es que más que de una relación de una sola vía se trata de una profunda transacción conceptual, profesional y emocional que implica un reordenamiento del mundo. El “regalo” señalado por Sáenz de la Calzada se convierte así en un intercambio, en el que dar y recibir son lo mismo. Un acto involucra al otro, son caras de la misma moneda.

Evidentemente, la posibilidad de estudiar la labor de arquitectos que obligatoriamente tuvieron que desarrollar sus actividades en diversos países, constituye una manera directa de abordar las particularidades arquitectónicas que se decantan de la vivencia de cada lugar. Pero más que eso, nos interesa dar cuenta de esa especie de puente en que se convierte la obra arquitectónica en un sitio ajeno a la voluntad de vida, con toda la conjunción de miradas singulares que se manifiestan en esos cruces territoriales. La mirada “exiliada”, es decir descentrada, desenfocada, expuesta siempre desde el margen, constituye, si acaso, una de las prerrogativas de esta aproximación. Tiene su correspondencia en esas arquitecturas “desplazadas”.

Así, al focalizar el análisis del exilio como transferencia ineludible, es necesario, en cuanto a los exiliados, discernir sus experticias profesionales, sus modelos de adscripción disciplinar, sus plataformas públicas y privadas de actuación, sus posicionamientos ideológicos y políticos, sus raigambres geográficas, etc. (8)

 

[fonte: Archivo Familia Bergamín]

Acercamiento inicial

Entender cómo la abrupta experiencia del exilio arquitectónico ha sido asimilada dentro de los complejos procesos de modernización y urbanización de los territorios de llegada de los exiliados es asunto que permite replantear temas asociados a la pertinencia de la arquitectura cuando se ve afectada por los desplazamientos del exilio. Se pretende ahondar, en este caso, en qué es lo particular y qué lo específico de ese desplazamiento en función de lo arquitectónico. En cierta medida, se trata de relatar una “llegada inconclusa”, la de un grupo de arquitectos desterrados o transterrados, cuya obra se realiza en un lugar dado pero se piensa y se proyecta siempre desde una perspectiva necesariamente tensa, posicionada entre diversos lugares. Cabría añadir, también, que en la mayoría de los casos de estos arquitectos, que ensayaron un postrero regreso al país de origen, invirtiendo los puertos de partida y llegada, este retorno también supuso una llegada inconclusa, pudiendo ser calificado incluso como una especie de exilio interior o exilio último. Un retorno vano, desilusión del regreso, que se podría definir como un “post-exilio” o un “segundo exilio”, otra forma de exilio.

La lista inicial de dichos arquitectos fue provista por el libro “fundacional” de la arquitectura del exilio español, el texto de Bernardo Giner de los Ríos, 50 años de arquitectura española (1900-1950), editado en México en 1952.(9) En el mismo, Giner de los Ríos anotó el nombre de los arquitectos exiliados por razones políticas, dispersos en México, Colombia, Chile, Cuba, la URSS, Polonia, Estados Unidos, República Dominicana y Venezuela.

 

[fonte: Archivo Coll Lebedeff]

Arquitecturas desplazadas. El “desplazamiento” de la arquitectura

En esta investigación se propone trabajar las nociones de arquitectura y desplazamiento. Se busca aludir con ello al traslado implícito en todo exilio y por consiguiente a la asunción de la obra de los arquitectos españoles en el exilio como una arquitectura desplazada. Un desplazamiento que se produce en dos sentidos: por un lado se trata de una arquitectura formulada lejos de su territorio de origen, por lo que se hace referencia a un desplazamiento físico, pero por otro lado la palabra desplazada habla también de la condición secundaria que adquiere la arquitectura ante el drama vital que afectó a los exiliados españoles. En dicho contexto, un contexto antes que nada abocado a la supervivencia, la actividad emprendida por los distintos actores del exilio pasa a un segundo plano, debiendo efectuarse una serie de reacomodos que coloca a la arquitectura en un telón de fondo ante las ingentes precariedades y condiciones extremas en las que tuvieron que desenvolverse muchos de estos personajes. Así pues, a un desplazamiento físico, verificable, se une el desplazamiento en cuanto al nivel de importancia y de atención asignado a la arquitectura.

El necesario proceso de intercambio y transferencia que se produjo entre los arquitectos españoles exiliados y su nuevo entorno; y, caso concreto, en el terreno de lo profesional, da cuenta de un proceso que no fue unilateral, que involucró un profundo nivel de diálogo y encuentro, pero también de desencuentros, adquisiciones y pérdidas..

Se propone este trabajo como una forma de recuperación de la dimensión del exilio como matriz de análisis para investigar su incidencia específica sobre las operaciones arquitectónicas. El exilio estudiado como problema en sí mismo y como elemento asociado a la generación de determinadas actitudes y creaciones, con las reflexiones pertinentes que ello conlleva. Se trata de investigar lo que en la arquitectura resulta específicamente del hecho de existir en un determinado espacio, signado por el extrañamiento y la clausura del exilio. Una teoría del exilio, pues, en función de las arquitecturas “visitadas”. Se busca con ello contribuir a la generación de un imaginario arquitectónico asociado al exilio español que pueda ser registrado y fijado desde parámetros de mayor amplitud y dentro de una mayor conjunción de esfuerzos compartidos. Un imaginario que sea cotejado, analizado y recreado desde diversas perspectivas que contribuyan al desarrollo de una masa crítica volcada sobre dicho tema. Se requiere para ello, en cierta medida, complementar los acercamientos historiográficos que han dado cuenta del exilio arquitectónico español desde una mirada predominantemente unilateral. Registrar, entonces, la trayectoria vital y profesional de los arquitectos españoles exiliados es un objetivo crucial para su exposición y complementación con el trabajo desarrollado en su ámbito de partida. Y es que, como ha sido señalado, toda aproximación al exilio evidencia el ser un fragmento de historia de dos países.

La recuperación de documentación gráfica y textual referida al exilio arquitectónico, así como la reinserción de los protagonistas de dicho exilio en el corpus historiográfico de la arquitectura, tanto en España como en los países de acogida, es uno de los objetivos que se derivan del tema de la exposición. La vinculación de España y del conjunto de países de acogida como puntos de partida y de llegada de estos tránsitos humanos conlleva los necesarios trasvases y las transferencias recíprocas a que haya lugar, así como la construcción de una cronología válida para el proceso de adecuación e integración de esa comunidad de profesionales en un nuevo entorno. Una recopilación mínima, dada la óptica general empleada, de las distintas actividades y obras en las que se vieron involucrados dichos arquitectos es otra de las directrices de la exhibición.

En esta aproximación al día a día de la experticia profesional y de la vida cotidiana de los exiliados españoles hay que tomar en cuenta el sentido de disonancia engendrado por el extrañamiento, la distancia, la dispersión, los años de extravío y desorientación; y de un modo igualmente importante, el precario sentido de la expresión mediante la cual lo que a los residentes “normales” les resulta fácil y natural hacer requiere estando en el exilio una deliberación, un esfuerzo y un gasto de energía intelectual excesivos en una restauración, una reiteración y una afirmación que se ven debilitadas por la duda y la ironía. Según Said, el escollo más difícil de vencer “es la tentación de la contraconversión, el deseo de hallar un nuevo sistema, territorio o alianza que reemplace a la alianza perdida, el pensar en términos de panaceas y nuevas perspectivas más completas que simplemente acaben con la complejidad, la diferencia y la contradicción”. (10)

No faltan voces que proclaman el exilio como la situación óptima del creador. Desde esa premisa el artista en general, asume despegarse de su entorno, evita el seguir anclado en el mismo, en busca de otro horizonte existencial donde mirarse, con la idea de mimar el acto creador, nutrirlo de nuevas experiencias, de otras vivencias, sumando otras percepciones de la realidad que espera captar de ese paisaje y de esa otra cultura que se le viene encima. Puede tener la impresión ese exiliado que su destino se asienta en dos mundos, el que dejó atrás y el que se sumerge ahora. Puede, inclusive, sentirse un creador con un desafío a la vista. Si es un ser abierto a lo inesperado, lo inédito golpeará no sólo sus retinas, sino que alimentará el magma donde se concentra la materia prima de los universos estéticos que debe imaginar. Ese podría ser el lado amable del exilio. (11)

Si el título de la mítica película que hizo Luis Buñuel en su exilio mexicano, Los olvidados,  ha servido de clave de lectura de muchos de los textos que se han aproximado a la condición singular del exilio (12), las argucias de este trabajo pretenden hacer uso de aquello que Catherine David llamó “retroperspectiva”, un “mirar hacia atrás” que desea ser un puente de enlace con aquellas tentativas y tratativas que se sucedieron dentro del contexto apremiante del desarraigo y la pérdida. Y es que, como añade Said, el exilio puede producir rencor y pesar así como una mirada más aguda. Lo que se ha dejado atrás “o bien puede llorarse o bien puede utilizarse para obtener un juego de lentes distintas” (13). Su uso pretende ser también una forma de traer a la memoria a personajes y asuntos de emergencia que no conviene “olvidar” o mantener al margen, en momentos históricos en los que palidecen a la distancia. Como casi por definición el exilio y la memoria van de la mano, es lo que uno recuerda del pasado y cómo lo recuerda lo que determina cómo uno ve el futuro. Pero ningún retorno al pasado carece de ironía ni de la sensación de que es imposible un retorno o repatriación absolutos. Se trata en definitiva de poner a prueba una vez más esa memoria, y la memoria, tal como Ray Loriga la definió, “es el perro más estúpido, le lanzas un palo y te trae otra cosa”. 

Problematización del Exilio

La palabra griega oστρακισμoσ significa exactamente “destierro por ostracismo”. La palabra oστρακoν (ostrakon), quiere decir cáscara de huevo, caparazón de tortuga, concha en general, incluso las que están hechas de barro. También se refiere a un trozo de terracota en forma de concha donde se escribía el nombre de aquellos ciudadanos de la antigüedad que serían desterrados después de una votación. Era lo que se llamaba “castigo por ostracismo” (14). El castigo por ostracismo, o simplemente ostracismo era la fórmula o método por el cual se podía desterrar durante un cierto tiempo a un ciudadano no grato o peligroso para el bien común. (15)

Séneca sostenía que “no puede encontrarse dentro del mundo un exilio, pues nada de lo que hay dentro del mundo le es ajeno” (16). El hombre débil, decía Hugo de St. Víctor, ama un solo rincón del mundo, mientras que el hombre fuerte extiende su amor a todos los lugares. Pero, añade, existe todavía una tercera categoría, la del hombre perfecto, a la que pertenecen todos aquellos que se sienten exiliados en todas partes (17).

Así como el tema del exilio ha tenido repercusión desde el mundo antiguo, resulta capital en autores contemporáneos tan relevantes como Edward Said o Iain Chambers. “Exile is strangely compelling to think about but terrible to experience”, ha escrito Said en un conocido texto (18). En parte de su trabajo ha resaltado la provisionalidad imperante en todo y los peligros de la mitificación de lo familiar, de lo propio o de aquello que supuestamente nos brinda seguridad (19). Said se pregunta porqué si el verdadero exilio es una condición de pérdida terminal, ha sido transformado tan fácilmente en un potente, e incluso enriquecedor, tema de la cultura moderna. A tal punto que, llega a afirmar, la cultura occidental de la modernidad es en gran parte obra de exiliados, emigrados y refugiados (20). Por otro lado, concluye, el exilio tiene sus “placeres”, no siendo el menor de ellos un particular “sentido de realización”, que derivan del “actuar como si uno estuviera en casa en cualquier sitio en el que uno esté” (21).

Sin embargo, hay que estar precavido ante la posible aparición de una pátina idealizadora en el exilio. Siendo una experiencia que abre los horizontes, en la mayoría de los casos pone a prueba la capacidad de sobrevivir en condiciones límite, y los que lo sufren se han visto forzado a ello, no ha habido elección. Se trata de situaciones a las que se llega por razones de fuerza mayor, por coyunturas político-históricas que violentan los derechos de amplios sectores de la sociedad. Pero del “trastocamiento” vital que significa el exilio, se deriva otra serie de trastocamientos que afecta no sólo al que parte al exilio sino a aquellos que son “propios” del lugar de acogida.

Para Iain Chambers, el exilio implica inevitablemente otro sentido de casa, de “hogar”, de estar en el mundo. Significa concebir la morada como un hábitat móvil, como un modo de habitar tiempo y espacio no como si fueran estructuras fijas y cerradas, sino como si proporcionaran la provocación crítica de una apertura “cuya interrogadora presencia reverbera en el desplazamiento de los lenguajes que constituyen nuestro sentido de identidad, lugar y pertenencia” (22). Estos  relatos de desplazamiento se confrontan con los distintos “centros culturales”. Es este “hábitat” movible lo que está transformando la cultura y la sociedad tal cual la conocemos (23).

Así pues, la noción de “extranjero” de Chambers, el que está simultáneamente “adentro y afuera”, describe la práctica discursiva como una estrategia de supervivencia que trastoca la cultura dominante. En su construcción de los estilos de vida metropolitanos, el extranjero (el migrante, el refugiado, el exiliado) logra “reinventar los lenguajes” y “apropiarse”, mediante sus inflexiones particulares, de los lugares que “no le pertenecen”. El extranjero, añade Chambers, es quien nos fuerza a “explorar la tensa verdad de la ambigüedad”, es el que vive “en las intersecciones de historias y memorias” (24). Y por ello, “el extranjero comienza con la emergencia de la conciencia de mi diferencia y concluye cuando todos nos reconocemos como ‘extranjeros’” (25).

Es la dispersión correlativa del exilio y la migración la que irrumpe y pone en cuestión todos los temas que engloban la modernidad, desde el sentido de nación e identidad, hasta la metrópolis, la noción de “lo central”, la homogeneidad psíquica y cultural. En el reconocimiento del otro y de la alteridad radical advertimos que ya no estamos en el centro del mundo: “El sentido del centro y de nuestro ser está desplazado. También nosotros, en tanto sujetos históricos, culturales y psíquicos estamos desarraigados y nos vemos obligados a responder a nuestra existencia en términos de movimiento y metamorfosis” (26).

Si en el contexto de la posguerra mundial, Jacques Vernant pudo definir al refugiado, de forma invariable, como “alguien desarraigado, sin hogar; alguien indefenso, disminuido en todos los sentidos, víctima de unos acontecimientos de los que no se le puede considerar responsable, al menos a título individual” (27); la ambigüedad de nuestros días atenta contra la estabilidad de los términos que designan semejante drama. Enumerando los distintos vocablos que engloban la idea de desplazamiento físico, de viaje —emigrados, exiliados, expatriados, refugiados, nómadas, cosmopolitas—, Susan Rubin Suleiman ha pretendido subrayar la variación de significados y connotaciones que los mismos presentan, y que muchas veces se pasa por alto. Pero por encima de sus finas distinciones, todas estas palabras designan un estado de “no estar en casa” (o de “estar en todos sitios como en casa”, la otra cara de la misma moneda), que significa, en la mayoría de los casos, estar a una distancia sustancial de la tierra nativa (28).

Pocos temas generan tanta ambivalencia intelectual —pero asimismo, sobre todo recientemente, tanta fascinación intelectual— como el tema del exilio. En su sentido más ajustado, una expulsión o un destierro  político, el exilio, en un sentido mucho más amplio, designa cada tipo de extrañamiento o de desplazamiento que se sucede desde lo físico y lo geográfico hasta lo espiritual. De ahí buena parte de esa fascinación que ejerce en los analistas contemporáneos de la cultura. Visto en términos amplios, el exilio aparece no sólo como uno de los mayores fenómenos de nuestro siglo, afectando a millones de personas, sino como punto focal de las reflexiones teóricas acerca de la identidad individual y cultural (29) Y es que, como señala Victor Burgin, “Must of us know the melancholy tension of separation from our origins” (30).

En cierto sentido, esta exposición está dedicada a explorar esa “melancólica tensión” que origina el tránsito del exilio. A tal punto, que bien podría ser ella la metáfora de este “viaje” autoimpuesto: una forma de organizar los dispersos y contradictorios sentimientos que se aventuran y encuentran en los territorios desplazados de la arquitectura.

El exilio español desde una perspectiva filosófica

Desde 1936 y hasta el final de los cincuenta, como una consecuencia directa o indirecta, política o económica, de la guerra civil española, un constante y creciente contingente de españoles, de distintas regiones y diferentes niveles de educación, fueron obligados a abandonar su país. Las constantes de esa emigración española fueron formuladas por José Luis Abellán en un temprano texto (31). Señalaba, entre ellas: la instalación de la mayoría de los emigrados en tierras americanas, despolitización por las circunstancias adversas del exilio y su condición de extranjeros en los distintos países de instalación; liberalismo político de fondo, que sólo en muy contados casos derivó hacia un marxismo teóricamente profesado; reencuentro con los valores culturales españoles, y sentimiento de solidaridad con la cultura americana. Habría que agregar, en el caso del pensamiento filosófico de los exiliados, la importancia de la influencia “orteguiana” en casi todos ellos. También hay que considerar un drama íntimo que resulta inherente al expatriado: la segunda generación; el derrotero que habrá de seguir su descendencia, la opción vital que habrá de tomar. Estos caracteres son los que le prestan a esta emigración sus rasgos distintivos. Hay que recordar que Abellán se refiere, fundamentalmente, al grupo de exiliados que se instaló en los países latinoamericanos.

Este grupo de desterrados, junto al problema de asentarse y subsistir en los países de asilo, viven “con el pertinaz espejismo de un pronto retorno”, forman parte de una profesión liberal y “por su habilitación y quehacer polifacéticamente intelectuales se tipifican, considerándose activos depositarios de la libre tradición española” (32). Todo exiliado sufre la obturación del futuro, igual que todo destierro nos aboca a una situación en que éste aparece cerrado o al menos incierto y, en cualquier caso, distinto al que se había proyectado en la patria propia. Así se produce una extraordinaria y anormal vinculación al pasado, con lo que los recuerdos toman una dimensión gigantesca en el ánimo de todo exiliado (33). La vida normal es un equilibrio entre pasado y futuro, pero -cita Abellán a Vicens Lloréis- el desterrado, falto de uno de ellos, padece una mutilación irremediable, si es que no se siente en forma más irreparable todavía, privado de ambos, paralizado del todo, sin resto de vida –: pasado muerto, porvenir helado, en verso de Rafael Alberti. El bien más preciado que el desterrado conserva en su desangelada condición es el idioma propio (34).

Diversos autores se han aproximado al estudio del problema del exilio tomando como punto de partida la reflexión que sobre dicho tema realizaron distintos filósofos y escritores españoles que lo sufrieron directamente. En aproximaciones como la de Juan Fernando Ortega Muñoz se plantean, por ejemplo, dos condiciones para que haya una verdadera dimensión del exilio: “haberlo padecido” y “tener capacidad analítica para comprenderlo y dominio de la expresión para comentarlo” (35). Además de “haberlo padecido”, otra condición que influye en la descripción del exilio es el “modo” de haberlo padecido. Carlos Beorlegui considera que este elemento circunstancial es básico y determinante en la amplia pluralidad de acentos con que los protagonistas de este dramático acontecimiento lo vivieron y escribieron sobre él (36). Ahora bien, toda experiencia de exilio conlleva indudablemente una experiencia traumática, en la medida en que rompe los vínculos vitales de las personas y obliga a intentar buscar otro entorno vital en el que afincar de nuevo la vida. En este sentido, es ejemplar la enorme disparidad de modos de vivir y de hablar sobre su condición de exilados que se dieron entre los protagonistas del exilio republicano. Beorlegui ha elaborado un cuadro sintético que ordena los casos de “menor a mayor dramatismo”, tratando de mostrar, al mismo tiempo, la estrecha relación existente entre la postura teórica que cada uno de ellos fue desarrollando y sus circunstancias personales: a) El exilio como peregrinaje: la postura de Juan David García Bacca.; b) La condición de transterrado de José Gaos y de conterrado de Juan Ramón Jiménez.; c) El exilio como destierro en José Ortega y Gasset y en Adolfo Sánchez Vásquez.; d) El exilio como drama estructural de la condición humana en María Zambrano.; y e) El exilio como drama existencial inasumible en Eugenio Imaz (37)

[fonte: Archivo de Miguel Ángel Baldellou]

Miradas desterradas 

En esta exposición se alude más que a una investigación a una indagación. La palabra investigación se utiliza, claro, en varios sentidos distintos. Pero la palabra indagación es, si se quiere, más honesta intelectualmente. Significa que sean cuales fueren los datos que se tienen, se tienen porque uno ha hecho algún tipo de selección. La evidencia que uno aduce está ligada a la estrecha relación existente entre datos y valores.

La historiografía más reciente ha promovido una lectura que se sustrae de los tradicionales centros de atención y que reivindica el desenfoque del objeto a fin de exaltar un derredor que pasa a ser elocuente. Asume que más relevante que lo que se muestra a simple vista es aquello que queda oculto, lo que se ha mantenido escondido, incluso ex-profeso (38). En este sentido, establece una clara distancia de aquella concepción de arquitectos y planificadores inclinados hacia lo meramente visual, preocupados por los “trofeos y triunfos” de la cultura, que asumieron la representatividad del dominio público.

Alimentada por el cruce de lecturas de estudios culturales y género, a esta línea de actuación le concierne mucho más el “cómo” que el “qué”. Y ese “cómo” tiene que ver mucho menos con la tecnología o el soporte estructural de los edificios, punto de interés de otras generaciones de historiadores de la arquitectura, que con las relaciones interpersonales y sus consecuencias en el terreno de lo edificado o lo edificable (39). Los detalles, previamente marginados, acerca de cómo las cosas ocurren en la práctica arquitectónica han sido traídos hoy en día al foco y hacia ellos se dirigen las miradas (40).

El exilio arquitectónico permite replantearse, desde la perspectiva de los estudios culturales, la cuestión de las fuentes primarias y secundarias, generales y especializadas, que pueden ser utilizadas para la historia arquitectónica, así como para el análisis de la representación y los imaginarios arquitectónicos. Ello sin olvidar las fuentes tradicionales y la literatura especializada sobre arquitectura y ciudad, las cuales, forman parte del corpus de verificación y contextualización del imaginario que se sucede en el pensamiento y la representación.

Se ha dicho que algo une los múltiples exilios, existe un cordón umbilical roto que distancia al individuo del entorno que lo vio nacer. Desde esa óptica un exiliado es un ciudadano con una emoción amputada, una querencia mal llevada y una herida de lejanía sin cicatrizar, pero al menos, en el plano de la creatividad, tiene de donde alimentarse potencialmente en tiempos de sequía (41). Dicho en otras palabras, el creador posee un patrimonio existencial inédito que sólo lo cede la dureza de la mayoría de los exilios. De modo que no es un regalo. Ese vivir el día a día en un lugar que te obliga a ir menos blindado, con los ojos de la mente bien abiertos, donde todo peldaño se hace más fatigoso subirlo y en donde el instinto de supervivencia debe afinar sus mecanismos de vida (42).

Sin embargo, la condición de arquitecto exiliado lleva al límite algunas de estas consideraciones. La menesterosidad individual a la que se ve sometido el desterrado, aunada a la necesaria asunción de la arquitectura como una práctica social, colectiva, que requiere de la participación de “otros”, no sólo para su realización sino también para “garantizar” su perdurabilidad en el tiempo, colocan al exiliado en esa necesidad extrema de “recurrir” a los demás. El arquitecto, como agente social, necesita de “otros” para proyectar y construir. Su obra no puede permanecer en un ámbito individual, práctica mucho más pertinente, si se quiere, al caso del escritor exiliado, por poner un parangón. En este sentido, el exilio afecta de una manera singular la posibilidad de creación de la obra arquitectónica, que no puede sostenerse en el terreno individual, multiplicando y agravando las posibilidades de su consecución dentro de un colectivo en el que el exiliado resulta, en principio, extraño, ajeno.

Y es que si se pretende indagar qué es lo que resulta específicamente del complejo proceso de producción de la obra arquitectónica, con sus variaciones sensibles, renuncias, abandonos, concreciones, etc., parece que ello conduce necesariamente a una dimensión del exilio que se pasa por alto en otras manifestaciones. Y es que la arquitectura es, por definición, “edificante”, y requiere de una verdadera confianza de equipo y de sentido de colaboración que un expatriado, por principio, necesita construir en un escenario distinto al suyo.

Por otro lado, el vértigo de la mirada anclada en el desasosiego, esa forma de mirar que es básicamente una condición inherente al destierro, acentúa las posibilidades y amenazas del “otro”, y de lo “otro”. El exiliado resulta de este modo un ser, si se quiere, “privilegiado” en su manera de aproximarse a la “realidad”, siempre condenado a ubicarse en los márgenes, en los repliegues de esas historias y dinámicas en las que se ve inserto. Pero el éxodo impuesto desde la arbitrariedad y el autoritarismo, aunque a la larga resulte fecundo para el creador no por ello deja de ser traumático para su persona. Los ojos de un exiliado en algo son distintos a esa otra mirada que, por fortuna, nunca tuvo que interiorizar el desgarro que suponía alejarse de su entorno, teniendo tantos vínculos rotos, por el forzado destierro. Mirada del asombro inicial ante el mundo, mirada “adámica” que reconstruye incesantemente un sentido precario de orden; interpretación de un sentido del mundo en un escenario que inicialmente no le pertenece y que puede llegar a “adquirir” por medio de un lento proceso de adecuación en el tiempo.

Historias del exilio arquitectónico

El tema de los arquitectos españoles en el exilio ha sido asumido, en la mayoría de los casos, como una referencia o, como máximo, un breve capítulo englobado en estudios generales sobre el exilio republicano o sobre historia del arte y de la arquitectura de este siglo en España. Sí se ha prestado atención a los arquitectos que obtuvieron mayor repercusión, por medio de sus obras y de diversas publicaciones del momento, en su años de exilio —una atención básicamente restringida a Josep Lluís Sert en lo Estados Unidos, Antonio Bonet en Argentina, y Félix Candela en México—, dejando en el olvido a la mayoría de los arquitectos que abandonaron España tras la derrota republicana. De alguna manera, esta exigencia de “éxito” y reconocimiento en el exterior ha sido impuesta a dichos arquitectos para que pudieran acceder e ingresar en los manuales historiográficos españoles de la arquitectura del siglo XX.

En el caso de los arquitectos exiliados, lo primero que llama la atención es que su “relato” lo han realizado arquitectos exiliados ellos mismos. Desde Giner de los Ríos hasta Sáenz de la Calzada, se trata de una historia contada por sus propios protagonistas; nadie se ha tomado la molestia, hasta hace relativamente poco tiempo, de “contar” las historias que acechan tras sus mitos fundacionales. Lo que les ha “legitimado” para construir sus relatos es la condición asumida de testigos y protagonistas a la vez. Es decir, una constatación empírica del devenir del exilio y la arquitectura en escenarios que, en principio, no les pertenecen. Tratando de ejercitar una desapasionada distancia, Giner de los Ríos y Sáenz de la Calzada no pueden dejar de incluirse en una narrativa que en el fondo es autobiográfica.[43] El espejo que les devuelve su propio retrato es aquel en el que han pretendido hacer el “retrato de familia” del exilio arquitectónico español. Veintiséis años separan sus tentativas, años en los que el panorama y las circunstancias cambian dramáticamente. El relato de Giner de los Ríos es un relato de urgencia en medio de una realidad cada vez más adversa, pero también conserva algo de la alborada que le dio origen; el de Sáenz de la Calzada tiene en la mirada el aire reflexivo y sereno que otorga toda mirada retrospectiva. Se trata de una construcción a posteriori, una especie de “elegía” del exilio arquitectónico, así como, según sus propias palabras, en su momento el Pabellón de España en la Exposición de París de 1937 fue el “canto de cisne” de la República Española.

Esta necesidad, que tienen los arquitectos exiliados, de formular sus propios relatos de práctica histórica, los inscribe en experiencias similares de otros grupos excluidos, “todos los cuales adoptan como punto de partida el derecho de los grupos humanos anteriormente no representados o infrarrepresentados a hablar por sí mismos y representarse a sí mismos en dominios que por regla general se han definido políticamente e intelectualmente excluyéndolos, usurpando sus funciones de significado y representación y haciendo caso omiso de su realidad histórica” (44). En este sentido, el exilio reconsiderado desde esta óptica más amplia lleva consigo nada menos que la creación de objetos para un nuevo tipo de conocimiento.

El libro de Giner de los Ríos, por ejemplo, el ya mencionado Cincuenta Años de Arquitectura Española (1900-1950), hace un repaso de la arquitectura realizada por los españoles durante la primera mitad del siglo XX (45). Dedica un capítulo a la obra de los arquitectos emigrados, pues “no me ha parecido justo omitir lo que han hecho mis compañeros fuera de la patria, en esos mismos años que van desde 1940 a 1950, en que estudio lo hecho allí por los que quedaron” (46). La verdad es que Giner de los Ríos introduce muy discretamente la obra de los arquitectos exiliados, cuando en realidad ese debe haber sido el motivo central de su libro: el deseo de hablar de esa obra y de tener un punto de comparación con la obra de los arquitectos que se quedaron luego del triunfo del franquismo. Hay que resaltar que para ese momento la comparación es, prácticamente, entre arquitectos graduados antes de la guerra, y de más o menos grupos cronológicos similares. Ya el título del libro indica un deseo de inscribir esa arquitectura del exilio (del cual sólo han transcurrido doce años hasta la fecha de su conferencia en México, 1939-1951) en un arco cronológico y en una tradición mayor (47). Actuando de este modo, logra introducir el relato de los arquitectos exiliados como parte de la arquitectura española de la primera mitad del siglo XX, legitimando su pertenencia a un gentilicio arquitectónico.

Giner explica que en 1947, cuando vivía en París, recibió del arquitecto Pierre Vago -que era entonces el secretario general de las Réunions Internationales d’Architectes- una invitación cursada “a los arquitectos españoles que se encontraban fuera de España” para participar, como grupo, en el Congreso Internacional de Arquitectos que se celebraría en Lausanne en 1948 (48).  La diligencia con la que Giner de los Ríos reunió los materiales para el congreso habla a las claras de la importancia que dieron los arquitectos españoles exiliados al mismo. El poder asumir la representación de España en esos momentos críticos, inmediatos al final de la Segunda Guerra Mundial, demuestra la relevancia cultural y política que tuvo este gesto (49).

Así pues, el libro se propone “reconstruir a grandes rasgos, y sin pretensiones técnicas —sólo con afanes informativos— cincuenta años de arquitectura española (dento y fuera de España,…)” (50). A “la dificultad de compendiar tema tan extenso y tan complejo”, responde con la reconstrucción de esa historia “a grandes rasgos”, a través de pinceladas gruesas, y escudado en una pretensión informativa. Es claro que Giner de los Ríos habla de arquitectura española independientemente de la geografía, una especie de “espíritu” español reconocible en esas arquitecturas. También asume el quiebre de la Guerra Civil como una ruptura que obliga a que se tenga que hablar de arquitectura “dentro y fuera” de España.

En un momento del libro, hace referencia a lo que sus colegas estaban aprendiendo en sus países de adopción: “considero igualmente provechoso lo que ellos, en su compenetración constante con el medio que les rodea, están obteniendo. Cuando de nuevo en España prosigan su labor interrumpida, seguramente han de contribuir a la renovación, tanto técnica como artística, de lo que allí se hace y siendo, la mayoría de ellos, jóvenes, darán a la arquitectura española días de gloria” (51). Dicha referencia, aparte de optimista, pues dejaba ver que la esperanza de los republicanos de volver a España seguía viva varios años después del inicio de su exilio, traducía la necesaria, y ya mencionada, consideración del exilio como una transferencia en dos sentidos, en la que se producen adquisiciones y pérdidas, pero que nunca es una relación de una sola vía.

En el esquema del libro, privilegia los años de 1915 a 1936, pues son “los más interesantes de los que van transcurridos de siglo”, y a ellos se refiere “especialmente”. Antes de 1914 considera que es “poco” lo que se hizo; y después de 1936, el examen “debe” incluir lo que “dentro de España  se ha hecho” y lo que se ha realizado “fuera de España”. A estas realizaciones se refiere como “la labor de mis compañeros”, con lo que vemos claramente la ineludible identificación, y se hace eco de las palabras de León Felipe, que ha comparado ese “gran movimiento cultural español” con el “helenismo fuera de Grecia”. Hay que recalcar que Giner de los Ríos escribe acerca de una historia que se está “haciendo” y por ello señala que considera “de una importancia y trascendencia muy grandes” la labor que esos arquitectos han realizado y están realizado “fuera de nuestro país” (52). Que están realizando, obra que sigue haciéndose en el momento. Su recuento es parcial y a la carrera, es algo vivo, y no con la óptica con la que puede ser visto a la distancia de hoy en día.

En 1978, Arturo Sáenz de la Calzada publica “La arquitectura en el exilio”, formando parte de El exilio español de 1939, una temprana recopilación de 6 tomos, editada por José Luis Abellán a partir de 1976. Sáenz de la Calzada considera que su texto es una “concisa narración” que pretende ser “un vívido testimonio de la dramática y prolongada peripecia de medio centenar de arquitectos españoles a quienes, en el año 1939, un hado despiadadamente adverso desposeyó de su tierra y aventó por el mundo en obligada diáspora” (53). La noción de diáspora acerca mucho el texto a consideraciones tan actuales como las que hemos visto formuladas por Iain Chambers. Lo “diaspórico” implica un distanciamiento de la idea de exilio, extremadamente acotada en términos políticos territoriales. Para Sáenz de la Calzada, “La arquitectura en el exilio” se conforma con ser “una intencional rememoración de acontecimientos destacados y aspectos significativos de lo que fueron la conducta y el quehacer de aquellos desposeídos, en circunstancias inicialmente precarias y no siempre propicias en el correr del tiempo” (54). Hablar de “desposeídos” connota un sentido de violencia, de algo que “les ha sido quitado”.  Si bien el término “desarraigados” alude en primer lugar a la no adaptación a un lugar, a la falta de raíces, también puede leerse en el mismo la tragedia del desposeído, pues se trata también de un “desarraigo” de la tierra que le ha sido arrebatada. Así pues, en realidad se trata de una doble lectura: no tiene raíces ni en su tierra ni en la tierra a la que llega.

Sáenz de la Calzada hace mucho énfasis en que algunos de los principales protagonistas del racionalismo español emprendieron el “amargo” camino del destierro. En contrapartida, los que se quedaron tuvieron que “aherrojar su vocación” y “bailar al son” que les tocaron. De allí que considere, como se ha señalado, y esto conforma una de las principales líneas de su pensamiento, que el éxodo de 1939 constituyó un “regalo” que España hizo al mundo. Pero ese “regalo” estuvo conformado por seres “desarraigados de su tierra”, despojados y disminuidos, que “tuvieron que iniciar una nueva existencia en medios extraños, tratando de adaptarse, con mejor o peor fortuna, a las nuevas situaciones”. Esto lleva a Sáenz de la Calzada a formular los dos “casos extremos” que observa en un mismo proceso: el destierro como incitación y como rémora. En el primer caso sitúa a aquellos que “lograron acomodarse plenamente en los países de adopción y pudieron cambiar su estéril añoranza por una nueva y fértil ilusión”. En el segundo, a aquellos que “no pudiendo superar la angustia dolorida de la ausencia, vivieron en permanente provisionalidad con una irreprimible resistencia interior a crear lazos o intereses que, en su día, pudieran entorpecer o impedir un retorno que, aunque incierto y distante, era para ellos irrenunciable”. (55)

El relato de Sáenz de la Calzada introduce varias ideas interesantes al discurso de la arquitectura y el exilio. Por un lado, “un edificio —a diferencia de un libro, un cuadro, una melodía o un poema— no puede salvar tiempo y distancias para quedar adscrito, más tarde o más temprano, a la cultura original, sino que permanece vinculado, de por vida, al suelo que lo sustenta y pertenece a la historia del pueblo que lo posee” (56). Es decir, la curiosa situación, a la que ya se ha aludido, de “doble patrimonialidad” en el caso de obras hechas por arquitectos extranjeros en un país, y que él considera, sin duda, perteneciente al suelo que lo contiene, al país que lo posee. El lugar, la geografía, triunfan en este caso. Una consideración que se desprende de esto tiene que ver con lo que significa hacer arquitectura pues no se puede construir “mientras tanto, por si acaso”. La noción de la España peregrina, de la España pasajera se pone en entredicho al afrontar la solidez de la edificación, que suele estar hecha para perdurar en un lugar (57). Lo que sí hay que recalcar es que la mayoría de los arquitectos españoles exiliados podían ser considerados “racionalistas” y por lo tanto “contemporáneos”, es decir “compartían” tiempo y no espacio. Por otro lado, los arquitectos desterrados “no pudiendo ofrendar a la patria perdida sus humildes o soberbias creaciones le ofrendaron lo único que les era dado: el buen nombre que en todas partes dejaron” (58). Entonces, si la arquitectura pertenece al suelo que la posee, lo que pudieron ofrendar esos arquitectos exiliados a “su patria” fue su buen nombre y su buen hacer.

Tanto Giner de los Ríos como Sáenz de la Calzada se ven obligados a poner el otro lado del espejo para generar una sutil contraposición en la que el exilio debe quedar bien parado. Sáenz de la Calzada, por ejemplo, expone cómo la arquitectura oficial en España, después de la guerra, “para poder simbolizar las miméticas y altisonantes invocaciones a glorias imperiales inexistentes y además imposibles”, tiene que “desandar siglos de historia para caer en un arcaísmo monumentalista, ostentoso y punible” (59). Sin embargo, algunos excelentes arquitectos, “que siempre los ha tenido España”, pudieron ir “superando aquellos malos momentos, avanzando por dispares y heterónomos caminos al carecer de apoyos propios y de genuinas inspiraciones” (60). Pero rápidamente, antes de proseguir, advierte que éste es “otro cantar” y que escapa al propósito de “La arquitectura en el exilio”.

Desde la península ibérica, Miguel Ángel Baldellou ha destacado diversos aspectos en relación con la arquitectura del exilio español. En primer lugar, la supeditación a las condiciones del contexto, que al dejar de manera tan determinante su impronta en la mayoría de las obras de los arquitectos del exilio “ponía en evidencia que la realizada durante la década de 1925-1935  debía  a  las  correspondientes  condiciones buena parte de su mérito”. (61)

Subrayando la importancia de ese contexto, algo por otra parte casi ineludible en el caso de arquitectos que deben integrarse a una sociedad en la que son extraños, se pone de manifiesto la imposibilidad de homogeneizar y de homologar el conjunto de arquitecturas que produjeron los exiliados. En segundo lugar, ha traído a la discusión la necesidad de prestar atención a los pasos iniciales de esa arquitectura del exilio, pasos a los que haré referencia más adelante. Por último, ha recalcado Baldellou la ficción que puede esconderse tras el plural de “las arquitecturas del exilio” (62) Y es que en circunstancias como las señaladas, en las que las arquitecturas fueron tan diversas como dispersas, sujetas en general a condiciones adversas, y que en la mayoría de los casos son sólo una prueba de supervivencia, de integración en territorios muchas veces amables y otras veces hostiles, resulta menos que estéril tratar de encontrar rasgos comunes e incluso una “poética” que englobe la producción de la diáspora arquitectónica española. Tan sólo el origen, el ser manifestaciones del desarraigo, puede ser un punto de convivencia y de encuentro de todas ellas.

Pero el trabajo de Baldellou no puede dejar de definirse respecto a los textos que le precedieron, en España, en su aproximación a la arquitectura del exilio. En ese sentido hay que mencionar un libro de Carlos Flores, publicado en 1961, que se ha convertido en un texto canónico, el ya mencionado Arquitectura española contemporánea I. 1880-1950. Flores fue uno de los primeros autores españoles que, en su país, mencionó a los arquitectos exiliados. En su argumentación, considera que, tras la guerra civil, “el colapso en la evolución del pensamiento arquitectónico es total y definitivo”, fundamentalmente porque, tras el paréntesis de inactividad que supuso la guerra, no se retomó el hilo conductor que seguía el desarrollo arquitectónico en España “al trastocar y subvertir los valores y categorías que estaban empezando a definirse” antes de la guerra. Según él, en ello influyó el hecho de que la arquitectura racionalista no hubiera llegado a arraigar y que, además, fuera identificada por el nuevo régimen como la imagen de modernidad que perseguía la España republicana.

Como la mayoría de los textos que le siguieron, el libro de Flores reproduce la lista de arquitectos exiliados suministrada por Giner de los Ríos. Con mayor o menor variación, todos esos textos asumen, a falta de otros elementos, la validez de la lista. Así, Flores la reproduce en el capítulo que dedica a la arquitectura de la guerra y la posguerra española (63), señalando tan sólo la “ausencia” de Secundino Zuazo, que vivió en Francia de 1936 a 1939 y estuvo deportado en las Islas Canarias hasta 1943, año en que regresó a Madrid, sin reparar en que la lista fue confeccionada en 1948. También destaca, de forma acertada, la omisión de Antonio Bonet. Lo propio hacen Oriol Bohigas en el capítulo “La Guerra Civil y los exilios” de su Arquitectura Española de la Segunda República, y Valeriano Bozal, al hablar de la situación tras la guerra civil, en Historia del Arte en España (64).  Ambos incluyen a Miguel Bertrán de Quintan, residente en México desde la década de los veinte, como ha mostrado Juan Ignacio Del Cueto (65).

Precisamente, el trabajo de Del Cueto, titulado “Arquitectos españoles en México. Su labor en la España republicana (1931-1939) y su integración en México”, plantea la revisión y el registro de la obra de los arquitectos españoles exiliados en México. Hay que recordar que México fue el principal país receptor de exiliados españoles (66). En el caso de los arquitectos, la presencia fue mayoritaria comparada con la cantidad que optó por dirigirse a otros países. El autor extiende su análisis a la labor desarrollada por los arquitectos exiliados durante la Segunda República Española. Especial importancia presta a la depuración político-social de arquitectos durante la posguerra española.

En cuanto a los términos, a lo largo del texto utiliza indistintamente las palabras exiliado, transterrado y refugiado, para dar cuenta del tema que aborda. Considera que las tres reflejan un fenómeno común, percibido desde diversas perspectivas. Sobre los términos transterrado y refugiado, refiere que tienen una circunscripción más acotada y, generalmente, ceñida a los republicanos españoles que llegaron a México. Destaca el uso de Transterrado por su sentimiento “de haberse trasladado de una patria a otra”. En relación con el término refugiado, hace énfasis en que fue el término con el que los exiliados españoles de diferentes tendencias políticas (socialistas, comunistas, anarquistas, liberales) llegaron a identificarse y con el que se diferenciaron de los antiguos residentes españoles en México, aquellos que habían llegado años atrás para “hacer la América” y a los que el pueblo mexicano llamaba gachupines. Según Del Cueto, los exiliados hicieron suyo el término refugiado y serlo constituía –y sigue constituyendo- un orgullo. (67)

Divide su estudio en la revisión de la trayectoria de tres generaciones de arquitectos. De la primera generación es de destacar la presencia de dos arquitectos comprometidos políticamente como Giner de los Ríos y Francisco Azorín Izquierdo, así como la labor de Tomás Bilbao Hospitalet. De la segunda generación, mucho más próxima a la búsqueda de una arquitectura racionalista, sobresalen Emili Blanch Roig y Mariano Rodríguez Orgaz. De la tercera generación, llegada a México poco después de la conclusión de sus estudios, es indudable la presencia de Félix Candela, y de otros como Sáenz de la Calzada, Robles Piquer y Ovidio Botella.

El aporte principal del trabajo se centra en el conocimiento de la labor profesional desarrollada por los arquitectos españoles exiliados en México. En este sentido, el trabajo da cuenta detallada de las principales actividades y obras realizadas por dichos arquitectos. Otra virtud del trabajo es el haber reproducido textualmente los testimonios recogidos en las conversaciones mantenidas con seis arquitectos -Juan de Madariaga, Arturo Sáenz de la Calzada, Félix Candela, Ovidio Botella, José Caridad y Fernando Gay- e igualmente el hecho de haber aprovechado las entrevistas realizadas a José Luis M. Benlliure y Enrique Segarra por las investigadoras Elena Aub y Concepción Ruiz-Funes. (68)

Un trabajo a destacar de manera singular, tiene que ver con la producción propia del exilio y su recepción en España. Si la preocupación por la obra construida de los arquitectos exiliados es exigua, el desconocimiento de las aportaciones de estos exiliados a la enseñanza y teoría de la arquitectura es mayor aún. En este panorama, se distingue un trabajo sobre la teoría y enseñanza de la arquitectura, realizado por el filósofo y dramaturgo malagueño José Ricardo Morales. La significación del libro Arquitectónica. Sobre la idea y el sentido de la arquitectura (1966), va más allá de sí mismo, contribuyendo a una mayor comprensión de la empresa arquitectónica realizada por los españoles en Latinoamérica. La publicación en 1999, por la editorial Biblioteca Nueva, de la primera edición española de dicho texto, resulta un aporte historiográfico importante. Nacido en Málaga y licenciado en Filosofías y Letras por la Universidad de Valencia, donde llegó a ser Director de Cultura de la Federación Universitaria de Estudiantes y encargado del Teatro El Búho, dirigido por Max Aub, Morales fue deportado a Chile. Su primera contribución a la vida cultural del país de acogida fue la fundación del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, hoy Teatro Nacional. Dicha actividad señaló el inicio de una amplia producción dramática —más de treinta obras estrenadas y publicadas en América y Europa— y filosófica —en la que destacan Al pie de la letra (1978), La Imagen (1983), Españoladas (1986), Mimesis dramática (1992), Estilo, pintura y palabra (1994).

Su incursión en la arquitectura se produce desde la historiografía del arte y por aproximaciones sucesivas. En 1946 se ocupa del curso Historia del Arte de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile y más tarde de los de Teoría e Historia de la Arquitectura de esa Facultad y de la Universidad Católica. Fue Director del Instituto de Teoría e Historia de la Arquitectura de la Universidad de Chile, representante de Chile en los Congresos de Arquitectos y Técnicos de los Monumentos Históricos de la UNESCO en París, en 1957, y de la Unión Internacional de Arquitectos en Londres, en 1961, Miembro Honorario el Colegio de Arquitectos (1963). Desde estas cátedras y foros, Morales realizó una amplia y cautivante reflexión sobre la arquitectura, que gracias a su formación cristalizó en una mirada esclarecedora de la historia y el hacer arquitectónico. La editorial Anthropos le dedicó los números 35 y 133 de su revista homónima.

En cuanto al segundo país que mayor cantidad de arquitectos exiliados recibió, Venezuela, hay que mencionar antes que nada la labor de Juan José Martín Frechilla, quien desde 1993, cuando publicó un pequeño ensayo titulado “Rafael Bergamín. Tiempos modernos en Caracas” (69), ha venido ocupándose del asunto. Martín Frechilla destaca la labor de Bergamín en Caracas como parte del proceso de modernización tecnológica y empresarial que permitió la estructuración del casco central con usos actividades y flujos cercanos por fin a la metrópolis capitalista clásica (70).

Un tiempo después ampliaba su análisis a la presencia un poco más detallada de otras actuaciones en el ámbito del exilio, como es el caso de la obra de Fernando Salvador. El artículo “Los olvidados. Fernando Salvador y la arquitectura sanitaria en Venezuela”, repasaba los aportes de este arquitecto en el tema de la arquitectura sanitaria en Venezuela (71). Asimismo, en 2001, en el texto “De diplomático republicano a arquitecto exiliado. Fernando Salvador en Venezuela”, daba cuenta de su actividad como representante diplomático de la República Española en Venezuela.[72] Ha ampliado su campo de interés hasta la labor educativa de los exiliados españoles. En un trabajo conjunto con el investigador catalán Salomó Marquès Sureda ha producido el libro La labor educativa de los exiliados españoles en Venezuela (73). Relevante resulta su libro Diálogos reconstruidos para una historia de la Caracas moderna por la recolección de “historias orales” de primera mano, historias que incluyen la presencia de algunos protagonistas del exilio español, siempre desde la perspectiva de la historia social de la construcción territorial y urbana de Venezuela (74). Recientemente ha publicado un estudio sobre los exiliados y la Universidad Central de Venezuela (75).

En conjunto, la obra de Martín Frechilla ha abierto caminos en cuanto al ingreso de la arquitectura de los exiliados españoles en la historiografía de la modernidad de la arquitectura venezolana. Su trabajo, con una mirada más próxima a la sociología urbana, privilegia la construcción territorial y urbana del país como materia de estudio. (76)

Visibilidad de un cuerpo desplazado

Como hemos señalado, esta historia, todavía por contarse con detenimiento, está llena de actuaciones individuales, de seres que han tenido en común el compartir una experiencia traumática. En contadas ocasiones han sido reunidos como un cuerpo colegiado, con visibilidad grupal. Podemos registrar determinados momentos en esta cronología en los cuales, para bien o para mal, se ha producido una visión general en cuanto a lo que atañe a los arquitectos del exilio. La primera imagen tiene que ver sin duda alguna con los procesos de depuración profesional vividos en la España de la posguerra. La “Orden de 9 de julio de 1942, por la que se imponen las sanciones que se indican a los arquitectos que se mencionan”, aparecida en el Boletín Oficial del Estado el 17 de julio de 1942, significó la reunión forzada y forzosa de un grupo de nombres que representaban los que se quería excluir, extirpar, de la praxis arquitectónica en el país. La diferencia estribaba en la magnitud de las sanciones, que iban desde las más extremas para los que habían tenido mayor grado de “responsabilidad” en la guerra, hasta las más leves, que implicaban algún tipo de suspensión temporal y multa. Evidentemente, aparecían en dicha lista arquitectos que ya estaban exiliados, otros que estaban presos, y otros que se quedaron en España, lo que sería conocido como el exilio interior. (77)

El segundo momento de visibilidad de ese cuerpo arquitectónico compete ya solo a la arquitectura del exilio, y se manifiesta, como hemos visto ya, en la lista proporcionada por Giner de los Ríos en su libro. Auténtica “alborada” del exilio arquitectónico, la lista constituye el canon sobre el que se construyen las diversas compilaciones del exilio.

Un momento singular dentro de este recorrido lo constituye el Premio Auguste Perret que recibe Félix Candela por parte de la Unión Internacional de Arquitectos en Londres en 1961. A pesar de tratarse de un premio individual, la repercusión que tuvo el mismo y la manera en que se presentó públicamente implicó prácticamente un reconocimiento a todo el exilio arquitectónico español. Fue el momento de consagración de una arquitectura producida bajo las dramáticas condiciones asociadas al desplazamiento.

Un evento que marcó simbólicamente el regreso de los arquitectos exiliados a España lo fue el Encuentro con Sert, Bonet y Candela realizado en Santiago de Compostela en 1975. Organizado por el Colegio de Arquitectos de Galicia y Miguel Ángel Baldellou, significó la reunión de los tres arquitectos que mayor repercusión pública y profesional tuvieron a nivel mundial. Por otro lado, el evento se realizó antes de la muerte de Franco, y si bien los tres tenían ya tiempo viniendo a España, e incluso viviendo como el caso de Bonet, no se había realizado ninguna reunión que mostrará en conjunto y tuviera como centro de atención el relato de historias diversas de la arquitectura en el exilio. Hasta el momento se habían planteado reuniones parciales, y cada uno de estos protagonistas había dado charlas y conferencias en entornos académicos o profesionales. El encuentro de Santiago representa el disparador inicial, aunque sea a través de tres representantes, del regreso simbólico de la arquitectura del exilio.

En este sentido antecede a la publicación del texto de Sáenz de la Calzada, como hemos visto, auténtica elegía del exilio arquitectónico (78). El presente trabajo pretende seguir el camino abierto por estas historias. Como ellas, reniega de cualquier tipo de visión conclusiva. Pretende contribuir a suscitar muchas más historias que intenten seguir recogiendo los distintos desplazamientos aquí aludidos.

notas

Capítulo de libro. Referencia: Henry Vicente Garrido 2007 “Exilios arquitectónicos”, en Henry Vicente Garrido, dir., Arquitecturas desplazadas. Arquitecturas del exilio español (Madrid: Ministerio de Vivienda de España). p. 9-27.

1
La frase de Bergamín, escrita en un artículo publicado a su regreso de un viaje, según Miguel Ángel Baldellou, más que de estudios, de reconocimiento o exploración, adelanta una comparación entre el panorama arquitectónico madrileño y el centroeuropeo. En este sentido véase Rafael Bergamín 1925 “Exposición de Artes Decorativas de París. Impresiones de un turista”, Arquitectura  nº 78 (1).
La frase de Bergamín, escrita en un artículo publicado a su regreso de un viaje, según Miguel Ángel Baldellou, más que de estudios, de reconocimiento o exploración, adelanta una comparación entre el panorama arquitectónico madrileño y el centroeuropeo. En este sentido véase Rafael Bergamín 1925 “Exposición de Artes Decorativas de París. Impresiones de un turista”, Arquitectura  nº 78 (octubre): pp. 236-239; y Miguel Ángel Baldellou 1995 “Hacia una arquitectura racional española”, en Arquitectura española del siglo XX, Summa Artis XL (Madrid: Espasa Calpe): p. 591.
La frase de Bergamín, escrita en un artículo publicado a su regreso de un viaje, según Miguel Ángel Baldellou, más que de estudios, de reconocimiento o exploración, adelanta una comparación entre el panorama arquitectónico madrileño y el centroeuropeo. En este sentido véase Rafael Bergamín 1925 “Exposición de Artes Decorativas de París. Impresiones de un turista”, Arquitectura  nº 78 (octubre): pp. 236-239; y Miguel Ángel Baldellou 1995 “Hacia una arquitectura racional española”, en Arquitectura española del siglo XX, Summa Artis XL (Madrid: Espasa Calpe): p. 59ctubre): pp. 236-239; y Miguel Ángel Baldellou 1995 “Hacia una arquitectura racional española”, en Arquitectura española del siglo XX, Summa Artis XL (Madrid: Espasa Calpe). p. 59.

2
Carlos Flores acuñó el término “Generación del 25” para agrupar a esa serie de arquitectos. Véase Carlos Flores 1961 Arquitectura española contemporánea I. 1880-1950 (Madrid: Aguilar)

3
Susan Sontag 1981 Bajo el signo de Saturno (México: Lasser Press): p. 118

4
Juan José Martín Frechilla 2004 ‘Unexpected Transfer: the Spanish Republican Exile in Venezuela, 1938-1958. Outlines to his definition as a category for the urban history starting from the insertion of two exiled architects’, ponencia presentada en 11th Conference of the International Planning History Society (IPHS), Planning Models and the Culture of Cities, Barcelona (julio): p. 1

5
In the main, trying to say that this or that book is (or is not) part of "our" tradition is one of the most debilitating exercises imaginable. Besides, its excesses are much more frequent than its contributions to historical accuracy. For the record then, I have no patience with the position that “we” should only or mainly be concerned with that is “ours,” any more than can condone reactions to such a view that require Arabs to read Arab books, use Arab methods, and the like. As C.L.R. James used to say, Beethoven belongs as much to the West Indians as he does to Germans, since his music is new part of the human heritage. Edward W. Said 1993 Culture and Imperialism (New York: Knopf): p. XXV

6
Baldellou señala que el recuento de los fallecidos en la contienda civil realizado en la Revista Nacional de Arquitectura (nombre que tuvo a partir de 1941 la revista Arquitectura), referido sólo al bando vencedor, alcanza un total de 42 arquitectos. Puede suponerse que la nómina de los caídos entre los vencidos sea similar, a lo que habría que agregar el número de estudiantes de arquitectura fallecidos en la Guerra.  Si a eso sumamos los aproximadamente 50 arquitectos exiliados, “tendríamos unos 150 arquitectos con cuyo esfuerzo no se pudo contar tras la guerra”. Miguel Ángel Baldellou 1995b “Desarraigo y encuentro. Las arquitecturas del exilio”, Arquitectura nº 303: p. 16

7
Arturo Sáenz de la Calzada 1978 “La arquitectura en el exilio”, en José Luis Abellán, ed., El exilio español de 1939, tomo V, 59-89 (Madrid: Taurus Ediciones): p. 59

8
Martín Frechilla; op. cit., p. 1.

9
Bernardo Giner de los Ríos 1952 50 años de arquitectura española (1900-1950) (México: Editorial Patria S. A.)

10
Edward W. Said 2005 [2001] Reflexiones sobre el exilio (Barcelona: Debate): p. 40

11
Eduardo Quiles 2002 “Escenarios de exilio”, Las puertas del Drama nº 12 (otoño): p. 10

12
Véase por ejemplo Baldellou; “Desarrraigo…”, y Juan José Martín Frechilla 1999 “Los olvidados. Fernando Salvador y la arquitectura sanitaria en Venezuela”, Tecnología y Construcción nº 14/1: pp. 21-34

13
Said; Reflexiones…: p. 42

14
La ley del ostracismo fue decretada en Atenas, en el año 510 aC, y se puso en práctica en el año 487 aC como lucha contra la tiranía. Primero fue condenado el político Hiparco, más tarde Megacles, Jantipo (padre de Pericles) y en el 482 aC, Arístides, por sus enfrentamientos sociales a favor de los campesinos y en contra de las flotas marítimas. El último condenado se sabe que fue un demagogo ateniense llamado Hipérbolo, en el año 417 aC. Para aplicar cada año la ley se reunía en Atenas la asamblea; votaban a mano alzada y si el resultado era positivo volvían a tener una votación pública dos meses más tarde. En esta votación cada votante escribía en el ostrakon (la concha de barro) el nombre de la persona a quien quería desterrar. Si el nombre de dicha persona alcanzaba una determinada cifra de votantes, tenía que marcharse de Atenas antes de 10 días y permanecer en el destierro durante 10 años. El exilio no era nunca permanente y además la persona exiliada no perdía jamás sus derechos como ciudadano e incluso podía ser perdonado por una nueva votación de la asamblea.

15
Sobre los orígenes del tema del exilio véase Claudio Guillén 1995 El sol de los desterrados: literatura y exilio (Barcelona: Simio / Quaderns Crema); Robert Edwards 1988 ‘Exile, Self, and Society’, en María Inés Lagos-Pope, ed., Exile in Literature (Lewisburg, PA.: Bucknell University Press / London: Associated University Presses): pp. 15-31; Richard Exner 1976 ‘Exul Poeta: Theme and Variations’, Books Abroad nº 50: pp. 285-295; y D. Williams 1975 ‘The Exile as Uncreator’, Mosaic nº 3: pp. 1-14

16
Lucio Anneo Séneca 1994 “Consolación a Helvia”, en Diálogos (Barcelona: Altaza). Abundantes referencias al tema del exilio aparecen también en Plutarco, Moralia, y Ovidio, Tristia y Epistolae ex Ponto.

17
Citado en Edward W. Said 1983 ‘Secular Criticism’, en The World, the Text and the Critic (Cambridge, MA: Harvard University Press): p. 7

18
Edward W.Said 1994 [1984] “Reflections on Exile”, en Marc Robinson, ed., Altogether Elsewhere: Writers on Exile (Boston / London: Faber and Faber,): pp. 137-149

19
En contraposición, el exilio es una forma de traspasar dichas “barreras”: ‘The exile knows that in a secular and contingent world, homes are always provisional. Borders and barriers which enclose us within the safety of familiar territory can also become prisons, and are often defended beyond reason or necessity. Exiles cross borders, break barriers of thought and experience’. Edward W.Said 2000 Reflections on exile and other essays (Cambridge, MA: Harvard University Press)

20
Ibidem p. 137

21
Ibid
em p. 138

22
Iain Chambers 1994 Migrancy, Culture, Identity (London: Routledge)

23
Fernando de Toro 2002 El desplazamiento de la literatura y la literatura del desplazamiento y la problemática de la identidad (Buenos Aires: Galerna)

24
Chambers. op. cit. p. 6

25
Ibidem.
p. 6-7

26
Ibidem. p. 44

27
Jacques Vernant 1953 The Refugee in the Post-War World (New Haven: Yale University Press). 1953

28
Susan Rubin Suleiman 1998 ‘Introduction’, en Susan Rubin Suleiman, ed., Exile and Creativity (Durham / London: Duke University Press): pp. 1-6

29
Angelica Bammer, ed. 1994 Displacements: Cultural Identities in Question (Bloomington: Indiana University Press)

30
Victor Burgin 1991 ‘Paranoiac Space’, Visual Anthropology Review nº 7/2: pp. 22-30

31
José Luis Abellán 1967 “Notas sobre la emigración filosófica de 1936-39”, en Filosofía española en América, 1936-66 (Madrid)

32
Ibidem. p. 25

33
José Luis Abellán 1995 “Simbología de Valencia  en el exilio republicano del 39”, en Albert Girona y María Fernanda Mancebo, eds., El exilio valenciano en América. Obra y memoria (Valencia: Instituto de Cultura Juan Gil-Albert / Universitat de Valencia). p. 21-22

34
Ibidem. p. 21

35
Juan Fernando Ortega Muñoz 1992 “El exilio filosófico español del siglo XX a través de la obra y el pensamiento de María Zambrano”, en Antonio Heredia Soriano, ed., Exilios filosóficos de España. Actas del VII Seminario de Historia de la Filosofía Española e Iberoamericana, Salamanca: Universidad de Salamanca: pp. 101-112

36
Carlos Beorlegui 2004 “El exilio como reflexión filosófica: Una sinfonía de acentos (A propósito del centenario del nacimiento de María Zambrano)”, Letras de Deusto nº 104/34 (julio-septiembre). p. 13-59

37
Ibid.
, p. 15.

38
Sería reiterativo explayarse aquí en todas las consecuencias que aproximaciones como las que han realizado Benjamin a la connotada “pérdida del aura” o al “ángel de la historia”; Adorno y Hockheimer a la teoría crítica; o Foucault minando las endebles bases de la razón “historiada”; han tenido en los distintos acercamientos historiográficos que se han venido dando desde hace dos décadas, todos ellos asentados, sin duda, en la más estricta “escuela de la sospecha”.

39
Beatriz Colomina 1999 ‘Collaborations. The Private Life of Modern Architecture,’ Journal of the Society of Architectural Historians nº 58/3. p. 462.

40
Critics and historians are shifting their attention from the architect as a single figure, and the building as an object, to architecture as collaboration. Attention is paid today to all professionals involved in the project: partners, engineers, landscape architects, interior designers, employees, builders’. Ibidem. p. 462-463.

41
QUILES. Op. cit., p. 10

42
QUILES. Op. cit., p. 10

43
Para Giner de los Ríos (1888-1970), su relato “más se trata de lo que ha vivido un español, profesional también, que de cosa más honda”; un relato cuyas lagunas existirán por no haberlas visto ni vivido “pero nunca por haberlas desdeñado”. Como en toda representación, las omisiones dicen tanto como lo que no se omite. Giner reivindica el carácter “vivencial” de este relato, su condición de “par” —“profesional también”—, y la preeminencia de lo “experiencial” como motor del relato: lo que arma el texto es lo que él “ha visto” y “ha vivido”, no el desdén. Es por ello que “ha sido mi propósito silenciar lo más posible la propia labor, cosa que si no está lograda del todo, hay sólo que atribuirla a que fui actor dentro de este período”. Giner de los Ríos, op. cit.: p. 10. En definitiva, la difícil conjunción del testigo y el protagonista.

44
SAID. “Reflexiones…”. p. 199.

45
El libro se origina en una conferencia pronunciada por Giner de los Ríos en el Ateneo Español de México el 9 de agosto de 1951, por invitación de la Sección de Artes Plásticas de dicho Ateneo. El título de la conferencia fue “La arquitectura en España a partir de 1900”. El gerente de la Editorial Patria, Lasa, le pidió “que transformara en original para un libro el tema que tanta expectación había producido, lo mismo entre profesionales que entre los no técnicos”. Giner de los Ríos, Op. cit., p. 9,

46
Giner de los Ríos plantea una especie de “justificación” para incluir a la arquitectura hecha fuera de España, la arquitectura hecha por sus “compañeros”, y por él mismo, podríamos decir, y colocarla  a la par, a nivel de tema a estudiar, que la hecha en España. Importante que él pone el acento en los autores y no en la arquitectura propiamente dicha.

47
El título del libro, 50 años de arquitectura española (1900-1950), le parece más exacto que el de la conferencia citada. En el título suprime la preposición “en”, es decir deja de ser un referente geográfico, como aparece en el título de la conferencia, “La arquitectura en España a partir de 1900”, y pasa a ser un imaginario común: “la arquitectura española”. Aunque sea hecha fuera de España, para Giner es arquitectura “española”, no puede dejar de serlo.

48
Si bien Giner de los Ríos pasó la mayor parte de su exilio en México, entre 1946 y 1949 estuvo en París debido a obligaciones derivadas de su participación política en la dirigencia de la República en el exilio. Pierre Vago (1910-2002), arquitecto húngaro naturalizado francés en 1933, fue uno de los fundadores, en 1932, de las Réunions Internationales d’Architectes, precedente directo de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), de la que sería secretario general de 1947 a 1968, año en que fue nombrado presidente honorario de la misma. La U. I. A. había sido creada en Londres en 1946, en una ceremonia presidida por Patrick Abercrombie. En el congreso de Lausanne, el 28 de junio de 1948 fueron formalmente fijadas las bases de la U. I. A. por arquitectos de 22 países. Los arquitectos españoles exiliados estuvieron representados en el mismo por Gabriel Pradal, exiliado en Francia, que había sido decano el Colegio de Arquitectos de Madrid en los años de la Segunda República. Tras el acercamiento que Vago tuvo con los arquitectos exiliados poco a poco se fue disolviendo dicha relación, a tal punto que el mismo año del ingreso de España en la ONU, 1955, la UIA admitió a la España franquista en su seno.

49
En ese momento todavía se veía como posible que una intervención internacional sacara a Franco del gobierno de España y fuera restituida la constitucionalidad republicana.

50
Giner de los Ríos, Op. cit., p. 9-10.

51
Ibidem. p. 127-129.

52
Ibidem
, p. 17.

53
Sáenz de la Calzada. Op. cit., p. 61.

54
Ibidem. p. 64.

55
Ibidem.

56
Ibidem
. p. 65.

57
Ciertamente, podemos pensar que el nomadismo de las grandes estrellas de la arquitectura actual está por encima de cualquier condición de posesión y de afianzamiento en el lugar pero eso pertenece a otro momento del discurso arquitectónico, el de la sociedad del espectáculo.

58
Ibidem.

59
Ibidem
. p. 64.

60
Ibid
em.

61
Balddellou 1995b, Op. cit., p. 17.

62
Es pertinente señalar que el uso del término “Arquitecturas desplazadas” no se realiza desde la pretensión de unificar u homogeneizar estilística, conceptual o ideológicamente la producción arquitectónica de los exiliados. Sólo busca señalar un “patrimonio común”: la ineludible condición de ser obras hechas por desplazados, o en todo caso en las que han participado desplazados.

63
Flores. Op. cit.

64
En este sentido, véase Oriol Bohigas 1970 Arquitectura española de la Segunda República (Barcelona: Tusquets Editores): p. 128, y Valeriano Bozal 1972 Historia del Arte en España (Madrid: Editorial Istmo). p. 369.

65
Juan Ignacio Del Cueto Ruiz-Funes 1996 “Arquitectos españoles en México. Su labor en la España republicana (1931-1939) y su integración en México”, Tesis Doctoral, Universitat Politècnica de Catalunya.

66
Si bien Francia le discute este “privilegio”. Sin embargo, lo que sí está claro es que fue muy distinta la acogida mexicana a la francesa pues el Gobierno de Cárdenas recibió a los exiliados españoles con los brazos abiertos. En todo caso, Ciudad de México y Toulouse fueron las dos ciudades con mayor flujo de exiliados españoles.

67
Del Cueto. Op. cit., p. VI.

68
Entrevistas realizadas como parte del programa “Archivo de la Palabra” del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

69
Véase Juan José Martín Frechilla 1993 “Rafael Bergamín. Tiempos modernos en Caracas”, Inmuebles nº 12, p. 112-114.

70
Martín Frechilla, Op. cit., p. 113.

71
Martín Frechilla 1999, Op. cit., p. 21-34

72
Juan José Martín Frechilla 2001 “De diplomático republicano a arquitecto exiliado. Fernando Salvador en Venezuela”, Cuadernos Republicanos nº 44 (enero). p. 79-97.

73
Salomó Marquès Sureda y Juan José Martín Frechilla 2002 La labor educativa de los exiliados españoles en Venezuela (Caracas: Fondo Editorial de Humanidades y Educación Universidad Central de Venezuela).

74
Juan José Martín Frechilla 2004 Diálogos reconstruidos para una historia de la Caracas moderna (Caracas: Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela).

75
Juan José Martín Frechilla 2006 Forja y crisol. La Universidad Central, Venezuela y los exiliados de la Guerra Civil española 1936-1958 (Caracas: Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela).

76
Muchos otros textos historiográficos han articulado estudios sobre los arquitectos del exilio. La mayoría se ha hecho centrándose en uno de ellos en particular. Igualmente en cada uno de los países de reopción del exilio ha habido aproximaciones a dichos arquitectos y obras, como por ejemplo los trabajos de Ramón Gutiérrez en Argentina, Roberto Segre en Cuba, Moré, Penson, en República Dominicana, Aguirre en Chile, etc.

77
Importante mencionar el caso de Matilde Ucelay, primera mujer egresada de la carrera de arquitectura, y quien fue igualmente depurada y sancionada sin posibilidad de ejercer profesionalmente por una larga temporada.

78
El 29 de octubre de 2004, el Consejo Superior de Colegios de Arquitectos de España y el Ministerio de Vivienda, organizaron un “Acto de recuerdo y desagravio a los arquitectos depurados en su ejercicio profesional tras la guerra civil”. En el mismo les fue anulada a dichos arquitectos, a título póstumo en la mayoría de los casos, la sanción que injustamente se les impuso, así como la inhabilitación y expulsión que se les impuso. El acto se debió en gran parte a la constancia y perseverancia del arquitecto Ángel Azorín Poch, hijo de Francisco Azorín Izquierdo, exiliado en México.

sobre o autor

Henry Vicente (Caracas, 1962) es Arquitecto de la Universidad Simón Bolívar (USB, 1988) y Magíster en Literatura Latinoamericana de la misma universidad (USB, 1994). Es Profesor de Teoría e Historia de la Arquitectura de la USB, y ha sido profesor invitado de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Universidad Nacional del Táchira (UNET) y Universidad Metropolitana (UNIMET). Entre sus publicaciones se encuentran los libros: La ciudad invisible de Jorge Luis Borges (Caracas: Fundarte/Instituto de Estudios Regionales y Urbanos USB/Arkilíneo, 1999) y El vértigo horizontal (Caracas: Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, 1999), trabajos que obtuvieron diversos premios. Asimismo, ha publicado Arquitecturas desplazadas. Arquitecturas del exilio español (Madrid: Ministerio de Vivienda, 2007), catálogo de la exposición, del mismo título, inaugurada en Madrid en mayo de 2007, de la que ha sido Comisario. Dicho libro recibió el CICA Julius Posener Catalogue Award, premio trienal otorgado por el International Committee of Architectural Critics durante el  Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos en Turín (junio 2008); una Mención de Honor en la Bienal Panamericana de Arquitectura de Quito en la categoría de Teoría, Historia y Crítica de la Arquitectura, el Paisajismo y el Urbanismo (noviembre 2008); y el Premio Andrés Bello como mejor trabajo de investigación en Ciencias Sociales de la Asociación de Profesores de la USB (diciembre 2008). Ha sido Jurado en la VI Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo (BIAU), celebrada en mayo de 2008 en Lisboa, y es Delegado de Venezuela en la actual edición, la VII BIAU, a celebrarse en Medellín en octubre de este año. Su tesis doctoral, en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM), versa sobre el mismo tema, concentrándose en el exilio arquitectónico español en Venezuela.

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