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SEGRE, Roberto. Una visión fragmentaria del "otro": arquitectura latinoamericana 1930-1960. Resenhas Online, São Paulo, año 02, n. 014.01, Vitruvius, feb. 2003 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/resenhasonline/02.014/3224/es>.


El tema de los altibajos acaecidos respecto al interés o desinterés por la arquitectura latinoamericana entre los estudiosos del “Primer Mundo”, sería digno de las investigaciones realizadas con los recursos informáticos por Juan Pablo Bonta sobre la teoría y la crítica en los Estados Unidos (1). A lo largo del siglo XX, ocurrieron sucesivas oleadas de apasionados estudios rescatando las contribuciones locales al Movimiento Moderno. Iniciados en los años treinta por Alberto Sartoris – quién incluyó obras del Continente en su Encyclopédie de l´Architecture Nouvelle –, se prolongaron en los catálogos editados por el MOMA de Nueva York: el Brazil Builds realizado por Philip Goodwin en 1942 y Modern Architecture in Latin America since 1945 de Henry-Russell Hitchcock. Luego, en los años sesenta, Brasilia atrajo la atención – positiva y negativa – de los historiadores, así como la relevancia de algunas personalidades: Carlos Raúl Villanueva en Venezuela – estudiado por Sybil Moholy Nagy –, y Clorindo Testa en la Argentina. Nikolaus Pevsner afirmó en aquel entonces (1963) que el Banco de Londres y América del Sur en Buenos Aires, constituía una obra digna de figurar entre las principales del “Primer Mundo” (2). Al recibir Luis Barragán en 1980 el codiciado Premio Pritzker, surgió una nueva ola de publicaciones difundiendo en Europa y Estados Unidos la producción latinoamericana, resumida en los aportes de Niemeyer, Legorreta, Barragán, Miguel Ángel Roca, Clorinda Testa, Ricardo Porro y Rogelio Salmona. Autores poco relacionados con el área – por ejemplo Kenneth Frampton, Manfredo Tafuri, Francesco dal Co, Josep Maria Montaner –, se aproximaron superficialmente al tema en busca de las estrellas – o negándolas –, aunque sin descubrirlas en su totalidad, como ocurrió con el brasileño Paulo Mendes da Rocha, recién iluminado al recibir el Premio Mies van der Rohe 2000 (3). Valerie Fraser, se inscribe, a inicios del siglo XXI, dentro de esta corriente de estudiosos y críticos.

Arriesgada tarea la de incursionar en un campo del conocimiento arquitectónico en el que araron en profundidad un grupo considerable de críticos locales. El cúmulo de libros, textos y ensayos publicados por Marina Waisman, Ramón Gutiérrez, Roberto Segre, Roberto Fernández, Silvia Arango, Arturo Almandoz, Francisco Liernur, Hugo Segawa, Ruth Verde Zein, Enrique de Anda, Carlos Eduardo Comas, Antonio Toca, Humberto Eliash, Mariano Arana y otros; definieron tesis y elaboraron documentos imprescindibles sobre el desarrollo de la arquitectura y el urbanismo de sus respectivos países. La autora, al recorrer en varias ocasiones la región, conoció algunos de estos trabajos – aunque no todos los necesarios –, con el fin de madurar su visión personal sobre los temas tratados en el libro. Formada en historia del arte en Inglaterra, centró su atención sobre el vínculo entre la arquitectura y el Estado en México, Venezuela y Brasil entre los años treinta y sesenta; y también sobre la interrelación con las artes plásticas, tanto en las dos ciudades universitarias de Caracas y México D.F., como en las obras de la vanguardia brasileña – el Ministerio de Educación y Salud y la Ciudad Universitaria de Río de Janeiro – hasta Brasilia. Aunque su análisis de la producción de los países citados no pretende alcanzar una exhaustiva profundización, logró algunos aportes novedosos: en México, señala aspectos desconocidos de la relación de José Vasconcelos con la arquitectura académica más que con la vertiente neocolonial, y presenta un dibujo original de O´Gorman (1932) – quizás antecesor del conjunto Pedregulho de Reidy – de un bloque de viviendas colectivas con servicios comunales; en Venezuela, aparece una foto inédita del pabellón realizado por Carlos Raúl Villanueva y Luis Malaussena en la Expo Universal de París de 1937, detacando además la figura de Cipriano Domínguez, aún poco difundida fuera de su país; en Brasil resulta provocativa la interpretación de la obra paisajística de Burle Marx, desde su intervención en el MES de Río de Janeiro (1938).

Sin embargo, cabe señalar algunos aspectos que no resultaron totalmente esclarecidos en sus tesis. No es fácil privilegiar tres países en el contexto latinoamericano sin referencia a las tendencias globales del período estudiado, tanto en lo que se refiere al apoyo estatal a obras significativas en el período de entreguerras – aunque no tuvieron gobiernos “fuertes”, Argentina, Uruguay, Colombia y Chile, promovieron edificios públicos de importancia –, como en el surgimiento de un movimiento “regionalista”, a partir de los años sesenta, resultado de la búsqueda de una identidad nacional latinoamericana. Si bien la autora asume como paradigmas los edificios de la CEPAL en Santiago de Chile y las Escuelas Nacionales de Arte de La Habana – quizás sobre-valorizadas en su significación en el contexto latinoamericano –, el camino que ellas representaron fueron desarrolladas también por múltiples profesionales de cada país: Severiano Porto y Sergio Bernardes en Brasil, Fernando Martínez Sanabria, Rogelio Salmona y Laureano Forero en Colombia, Eduardo Sacriste y Claudio Caveri en Argentina, Julio Vilamajó y Mario Payssé Reyes en Uruguay, Enrique Seoane y José García Bryce en Perú, entre otros. En el epílogo del libro se emite un juicio injusto, superficial y descontextualizado sobre la crítica realizada por Roberto Segre a las Escuelas Nacionales de Arte, sin acudir a las fuentes bibliográficas recientes que justificaron el análisis ideológico de dicha obra, ajeno a todo vínculo conceptual con la entonces Unión Soviética (4).

Existen significativas ausencias en la temática estructural – la relación Estado-Movimiento Moderno y el consecuente regionalismo – desarrollada por la autora en los tres países estudiados: México, Venezuela y Brasil. En el primero, sorprende la escasa presencia de Luis Barragán, sólo citado fugazmente, cuya obra resume en términos estéticos y conceptuales, las búsquedas iniciadas por O´Gorman y la Ciudad Universitaria. Si bien puede afirmarse que el intimismo de Barragán poco tenía que ver con las iniciativas constructivas del Estado mejicano, resultó una obra paradigmática el Museo de Antropología de Pedro Ramírez Vázquez (1963), síntesis entre tecnología y tradicionalismo, seguido por el hotel Camino Real de Ricardo Legorreta y las iglesias de ladrillo de Carlos Mijares. Edificios que introdujeron el lenguaje regionalista en la dimensión urbana local (5).

En Venezuela, hubiese sido interesante profundizar en la delicada relación entre Carlos Raúl Villanueva y el dictador Pérez Jiménez, haciendo alusión a la vertiente monumental que apoyó con mayor énfasis el gobierno, materializada en los proyectos de Luis Malaussena: la Escuela Militar y el Paseo de los Próceres, obras contemporáneas de la Ciudad Universitaria (6). Asimismo, resultaron obviados los profesionales que continuaron la herencia del Maestro, con anterioridad a la realización del Metro, obra descrita por Fraser: Tomás Sanabria, José Miguel Galia, Jimmy Alcock y Carlos Gómez de Llarena, entre otros.

Resulta incomprensible la presencia de múltiples errores en el estudio de la arquitectura brasileña, ante la profusión de textos, ensayos y documentos publicados sobre el tema. Al citar el texto de Lucio Costa, Razões da nova arquitetura, lo sitúa en 1930, como una conferencia en la ENBA, cuándo fue escrito en 1934 como propuesta para el curso de Urbanismo de la Universidad del Distrito Federal (7). Sobre el MES, tampoco es veraz la afirmación de que “la mayoría de los materiales fueron importados del exterior”. La construcción gruesa y las carpinterías metálicas fueron realizadas localmente y sólo se importaron los equipamientos técnicos y las luminarias. También asigna la solución final del proyecto a Le Corbusier, cuándo ella fue elaborada por el equipo de arquitectos cariocas, bajo la éjida de Oscar Niemeyer (8). El boceto de Le Corbusier que aparece en la página 155, no se refiere al “segundo proyecto” del Maestro en la Explanada do Castelo, sino a la reproducción del edificio terminado, realizada a posteriori de la construcción del MES, publicada en la Oeuvre Compléte, que tanto irritó a Costa y Niemeyer (9). Al saltar en forma brusca de la arquitectura de Río de Janeiro a Brasilia, quedan incógnitas no resueltas sobre la producción de la década del sesenta. Las figuras de Alvaro Vital Brazil, los hermanos MMM Roberto (y no Milton) y Sergio Bernardes son fundamentales para comprender las alternativas de diseño que se contrapusieron a las imágenes formales de Oscar Niemeyer. Si bien en San Pablo, resultó esencial la presencia de Gregori Warchavchik para definir la Primera Modernidad, el “regionalismo” paulista es incomprensible sin la presencia de João Vilanova Artigas o Joaquim Guedes.

En resumen, cabe reconocer el esfuerzo significativo realizado por Valerie Fraser para interpretar algunas de las vertientes de la arquitectura moderna latinoamericana. Los defectos citados no empañan los objetivos del libro, de difundir la arquitectura de la región entre los investigadores del “Primer Mundo”, poco familiarizarlos con el tema. Sin embargo, el estudio de nuestra compleja realidad, implica un dominio más detallado de las fuentes elaboradas localmente en cada país, tanto sobre el arte y la arquitectura como sobre la madeja inescrutable de los fenómenos socio-económicos-culturales que definen el universo de lo “real maravilloso” latinoamericano. Sólo así, la superficialidad de lo very typical, se transforma en el descubrimiento profundo del multifacético paisaje arquitectónico que nos diferencia y caracteriza.

notas

1
Juan Pablo Bonta (1933-1996), arquitecto y crítico argentino, profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Maryland, realizó un estudio sobre los historiadores y críticos de la arquitectura más importantes del siglo XX en los Estados Unidos, y como fueron citados y referenciados a lo largo de ese período, ordenando los datos estadísticos con la ayuda de computadoras. Juan Pablo Bonta, American Architects and Texts. A computer-aided analysis of the literature, MIT Press, Cambridge, 1996.

2
Francisco Bullrich. Arquitectura Argentina 1960/70, Summa, n. 19, Buenos Aires, octubre 1969, p. 37.

3
Nos referimos al juicio despectivo sobre la arquitectura brasileña que aparece en la obra de Manfredo Tafuri y Francesco dal Co, Architettura Contemporanea, Electa Editrice, Milán 1979, pág. 337; a la declaración de Kenneth Frampton, de desconocer a Paulo Mendes da Rocha en Malcolm Quantrill (Edit.) Latin American Architecture. Six Voices, Texas A&M University Press, Collage Station, 2000, pág. ix; y a los juicios emitidos por Josep María Montaner sobre los críticos locales en su nota “Crítica de arquitectura en Latinoamérica”, publicada en SUMMA+ 38, Buenos Aires, agosto/septiembre 1999, pág. 178. Cabe señalar que algunos scholars norteamericanos, como Quantrill – en su libro participan Marina Waisman, Fernando Pérez Oyarzún, Mariano Arana, Louise Noelle, Silvia Arango y Alberto Petrina -, y Koshalek, tuvieron el cuidado de apoyarse en los críticos de la región: Ver: Jorge Francisco Liernur, “ América Latina. Los espacios del “otro”, en Richard Koshalek y Elisabeth A. T. Smith, A fin de siglo. Cien años de arquitectura, El Antiguo Colegio de San Ildefonso, The Museum of Contemporary Art, Los Ángeles, México D.F., 1998.

4
Las críticas a las Escuelas Nacionales de Arte y a Brasilia se basaron más en los contenidos ideológicos que en el cuestionamiento a sus valores estéticos y a la capacidad creadora de sus respectivos autores. En aquel entonces (la década de los años sesenta), se veía el regionalismo formalista o esteticista como un freno a la necesaria modernización “apropiada” – parafraseando a Cristian Fernández Cox - de los países latinoamericanos. En el caso de Cuba, se identificaba la formación de la sociedad socialista con la posibilidad de emplear tecnologías y métodos constructivos que permitiesen resolver los acuciantes problemas habitacionales y él déficit de servicios públicos, dentro de las posibilidades económicas y materiales locales.. De ninguna manera los juicios emitidos tuvieron relación alguna con “la aproximación de Cuba a la Unión Soviética”. Además. la autora no recurrió a los dos principales libros escritos sobre el tema: Roberto Segre Diez Años de arquitectura en Cuba revolucionaria, Ediciones Unión, La Habana, 1970; y Arquitectura y Urbanismo de la Revolución Cubana, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1989.

5
Si la tesis de la autora consiste en demostrar que la arquitectura latinoamericana maduró una personalidad propia en las obras realizadas em la década de los años cincuenta, debía culminar su análisis con las corrientes y figuras que se desarrollan en la década del sesenta, y abren un camino contrapuesto a la pérdida de identidad que se produce con el tecnocratismo de las dictaduras militares y la influencia del International Style corporativo. Por ello, Ramírez Vázquez, Carlos Mijares y principalmente Ricardo Legorreta, constituyen la afirmación de los enunciados presentes en la Ciudad Universitaria y la continuidad de la estética de Barragán. Ver: Enrique X. de Anda, Historia de la arquitectura mexicana, G. Gili, México, 1995; Enrique X. de Anda (Coord.), Ciudad de México. Arquitectura: 1921-1970, Gobierno del Distrito Federal, México; Conserjería de Obras Públicas y Transportes, Sevilla, 2001.

6
La antítesis entre Villanueva y Malaussena no fue profundizada todavía, en la caracterización de los criterios asumidos por el gobierno de Pérez Jiménez en relación a la arquitectura. La vertiente monumental era, sin duda, más aceptada que la corriente de vanguardia identificada con la Ciudad Universitaria. Un indicio claro aparece en el rechazo oficial al monumento para el coronel Carlos Delgado-Chalbaud realizado por Le Corbusier, con el respaldo de Villanueva, que sería realizado por Malaussena. Ver: Silvia Hernández de Lasala, Malaussena. Arquitectura académica en la Venezuela moderna, Fundación Pampero, Caracas, 1990; Alejandro Lapunzina, “La Pirámide y el Muro: notas preliminares sobre una obra Inédita de Le Corbusier en Venezuela”, en Joseph Quetglas (Edit.) Massilia, 2002. Anuario de Estudios Lecorbusierianos, Fundación Caja de Arquitectos, Barcelona, 2002, p. 148-161.

7
Lucio Costa. Registro de uma vivência, Empresa das Artes, San Pablo, 1995, p. 108-116.

8
La documentación detallada sobre la evolución del proyecto del Ministerio de Educación y Salud está contenida en el libro de Mauricio Lissovsky y Paulo Sergio Moraes de Sá, Colunas da Educação. A construção do Ministerio da Educação e Saúde, Edições do Patrimônio, Ministério da Cultura, Fundação Getúlio Vargas, Río de Janeiro, 1996.

9
Le Corbusier tuvo conocimiento del edificio terminado al recibir en su estudio de Rue de Sévres a la ingeniera Carmen Portinho (1945), esposa de Affonso Reidy, que le mostró las fotos de la obra. Luego, reprodujo en la Oeuvre Compléte, el croquis que aparece en este libro. En la carta escrita por Lucio Costa en 1949, afirma “O esboço feito a posteriori, baseado nas fotos do edificio construído, e que você publica como se se tratasse de uma proposição original, nos causou, a todos, uma triste impressão”. En, Cecília Rodrigues dos Santos, Margareth Campos da Silva Pereira, Romão Veriano da Silva Pereira, Vasco Caldeira da Silva, Le Corbusier e o Brasil, Tessela/Projeto, San Pablo, 1987, p. 200.

sobre el autor

Roberto Segre, arquiteto e crítico de arquitetura, professor da Faculdade de Arquitetura e Urbanismo da Universidade Federal do Rio de Janeiro, onde é atual coordenador do PROURB

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