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português
Ricardo Magdalena foi arquiteto-chave para Zaragoza e estatuto profissional exemplar da disciplina no final do século 19 e início do 20 na Espanha. Ele produziu uma profunda transformação arquitetônica e urbana de Zaragoza em um período crucial do país.

english
Ricardo Magdalena fue arquitecto fundamental para Zaragoza y un profesional ejemplar a finales del siglo 19 en España. A él se debe la profunda transformación arquitectónica y urbanística de la capital aragonesa en un período decisivo para el país.

español
Ricardo Magdalena was an important architect for the city of Zaragoza and exemplary professional in the late 19e and early 20e century in Spain. He produced a deep architectural and urban transformation of Zaragoza in a crucial period for the country.

how to quote

VARAGNOLI, Claudio. Ricardo Magdalena (1876-1910). El arquitecto remodelador de la imagen moderna de Zaragoza y protagonista del regionalismo europeo. Resenhas Online, São Paulo, año 13, n. 150.04, Vitruvius, jun. 2014 <https://vitruvius.com.br/revistas/read/resenhasonline/13.150/5211>.


La renovación de la ciudad del siglo XIX es un fenómeno de largo alcance que, además de los aspectos relacionados con la higiene, la circulación y la producción, está ligada al descubrimiento y al reforzamiento de los rasgos identitarios de la ciudadanía: como si una modernización demasiado rápida debiera ser compensada por la conservación o la exaltación de las peculiaridades de la ciudad, quizás ya existentes, quizás recompuestas sobre débiles trazas.

Las ciudades españolas, como en toda Europa, estuvieron profundamente inmersas en procesos de este tipo en el ámbito de la generalizada renovación que se produce al final del reino de Isabel II (1868), tan difícil como favorable a la clase burguesa y empresarial. El papel de los técnicos municipales se reveló fundamental en la modernización de la cultura arquitectónica del pasado a través de proyectos que debían servir a (entonces) inéditas funciones administrativas, productivas o residenciales. La figura del arquitecto se emancipó, por tanto, de la relación con un único comitente, para abrirse a una relación con toda la ciudad, tanto con sus representantes políticos e institucionales como con su pasado, reelaborado y codificado por la atenta historiografía contemporánea: precisamente en 1859 se inicia la publicación de la serie Monumentos arquitectónicos en España, mientras en 1865 aparece el estudio de Street sobre la arquitectura gótica española.

Edificio para las antiguas Facultades de Medicina y Ciencias, imagen publicada con motivo de su inauguración en La Ilustración Española y Americana, 1893
Divulgación

 

En este contexto cultural e histórico hay que enmarcar la obra de Ricardo Magdalena, arquitecto municipal que ha dado a Zaragoza su aspecto actual, orientando con su producción arquitectónica no sólo la renovación de la arquitectura aragonesa, sino también la moderna recepción de su patrimonio histórico-arquitectónico. Al arquitecto zaragozano dedica Ascensión Hernández una gran monografía repleta de ilustraciones, al término de un largo estudio sobre inéditas fuentes de archivo. Esta investigadora es conocida desde hace tiempo por sus investigaciones orientadas hacia temas relacionados con la restauración arquitectónica, tanto en sus aspectos teóricos como históricos, pero siempre con una gran sensibilidad hacia el ámbito más extenso de las transformaciones arquitectónicas y de la relación que se establece, también en la producción contemporánea, entre pasado y presente.

A través de la figura de Magdalena, Ascensión Hernández traza un vasto fresco de la cultura arquitectónica a finales del siglo XIX en Aragón y en general en toda España. Nacido en 1849, su carrera atraviesa los años que van desde la Revolución de 1868 a la Primera República, hasta la restauración alfonsina. Es coetáneo del famoso arquitecto catalán Domènech i Montaner y expresión emblemática de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid por la primacía del diseño y el gran conocimiento de los instrumentos compositivos beaux-arts, presentes en su obra hasta el final de su carrera. La exclusión de la beca de la Academia Española en Roma orientó su carrera profesional hacia el ámbito local, en concreto al Ayuntamiento de Zaragoza para el que trabajó como arquitecto municipal desde 1877. Hasta su muerte, acaecida en 1910, Magdalena se dedicó a remodelar la imagen de la capital aragonesa, que en la época tenía cerca de 80.000 habitantes, sin por ello abandonar su actividad profesional privada, al frente del primer estudio completamente moderno de la ciudad.

Las competencias del arquitecto municipal eran muy extensas, pero concentradas especialmente en las obras de urbanización, sobre todo en las relacionadas con la viabilidad y la renovación, así como con las nuevas áreas de expansión de la ciudad. El mismo reglamento edilicio vinculaba la mejora de las fachadas de los edificios a las obras de ampliación y alineamiento de las calles, uniendo el arreglo de la trama urbana al renovamiento funcional y arquitectónico.

Interior del Paraninfo, estado actual, dentro del edificio para las antiguas Facultades de Medicina y Ciencias
Foto Asunción Hernández Martínez

Sin embargo, las primeras obras del arquitecto Magdalena son edificios religiosos, auspiciados por el clima conservador desarrollado a partir del Concilio Vaticano I, e inspirados en estilos neomedievales. La iglesia de Garrapinillos (1874-1892), inspirada según el proprio Magdalena en el “románico del último periodo”, evidencia en realidad muchas indecisiones en el manejo del lenguaje artístico. Diseña una iglesia de nave única, dividida en tramos abovedados y sostenida por columnas lisas, más vecina al Rundbogenstil alemán que a la arquitectura de Viollet-le-Duc, figura inspiradora de la enseñanza en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid; al exterior, es ya evidente el interés por el léxico mudéjar en el empleo del ladrillo a cara vista. En su obra siguiente, el Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, el uso del ladrillo se convierte en un recurso sistemático, con un virtuosismo técnico en cornisas y aleros, adaptando el vocabulario mudéjar a las exigencias de la construcción moderna; al interior, a la inspiración Rundbogenstil se añade el cuidado en el detalle, de la plástica decorativa de las vidrieras. Más decidida es la adhesión al revival neogótico de la iglesia de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, demolida poco tiempo después de su construcción, en la que se manifiesta la filiación con modelos franceses, confirmando el pragmático eclecticismo con el que el arquitecto afronta  el proyecto arquitectónico.

Pero es ciertamente el lenguaje neomudéjar el que auna los intereses del arquitecto zaragozano. En el cementerio municipal de Torrero la relaboración de los modelos medievales se convierte en norma para la tectónica contemporánea, sobre todo en el gran arco de ingreso. La flexibilidad del ladrillo caravista y las posibilidades decorativas del lenguaje mudéjar llevan a Magdalena a dominar con gran habilidad incluso temas funcionales modernos, como el matadero municipal, construido entre el 1875 y el 1885, cuya construcción constituyó un notable esfuerzo para la administración municipal zaragozana.  Una rigurosa implantación de malla ortogonal, precedida por un gran patio, rige una obra innovadora por la tipología elegida y por las instalaciones de trabajo, que la sitúan a la vanguardia de la Europa de la época. Durante la fase de proyecto, los pilares inicialmente proyectados en ladrillo, fueron sustituidos por esbeltas columnas de hierro fundido, dando vida a espacios fluidos y luminosos especialmente adaptados para la matacía y el tratamiento de los productos cárnicos. Ascensión Hernández recuerda la serie de establecimientos para la matacía que innovaron esta tipología en la Europa contemporánea, señalando conexiones con grandes establecimientos de Madrid, Nancy y Roma (el viejo matadero cercano a la plaza del Popolo, 1859).

Como a menudo sucede a los arquitectos de su generación, la funcionalidad cataliza las mejores cualidades proyectuales de Magdalena: en la Escuela Municipal de la calle de las Armas, el neomudéjar se decanta casi hasta a acercarse a un proto-racionalismo, alcanzando picos notables de economía constructiva y de eficacia expresiva.

El edificio para las Facultades de Medicina y Ciencias fue simbolicamente reconocido como la entrada de la ciudad en el progreso científico. También en este caso, la respuesta a las necesidades de las dos facultades fue completa. La planta fue diseñada en homenaje a los grandes modelos de la época, el primero de ellos la Facultad de Veterinaria de Madrid de Francisco Jareño, concluida en 1881. Al exterior, el preciso ritmo de los huecos unifica los volúmenes, realizados en un muro de ladrillo. Brilla asimismo el eclecticismo de los inicios, con muchos elementos neogóticos mezclados con citas del repertorio renacentista, sobre todo en la gran sala del Paraninfo, en referencia a una tradición atemporal. Una mayor riqueza decorativa aparece en la Universidad Literaria, concluida tras la muerte del maestro y demolida en 1968, y sobre todo en el Museo Provincial de Bellas Artes y Arqueología, concluido en 1908, en el que las referencias a elementos cultos del repertorio clasicista (loggia, órdenes arquitectónicos, decoración esculpida), asumen una inédita exuberancia, contradiciendo la consistencia de las obras precedentes.

Se puede decir que Zaragoza fue enteramente remodelada por las obras de Magdalena, quien gestionó numerosos proyectos de alineaciones, rectificaciones y ensanches dentro del centro histórico, así como su expansión en áreas no urbanizadas todavía entre 1876 y 1910. La forma urbana de Zaragoza, al final del siglo XIX, estaba condicionaba por el trazado romano, reconocible a pesar de la desaparición de las murallas sustituidas por la amplia calle del Coso, y por el curso del río Ebro, atravesado sólo por el puente de Piedra; fuera del perímetro histórico, las dos expansiones del barrio de San Pablo y de la Magdalena. Hasta los años sesenta del siglo XIX, el centro había experimentado escasas modificaciones, siempre en continuidad con la planta original: la calle de la Independencia prolonga al exterior del perímetro el antiguo cardo romano, mientras la calle Alfonso I duplica el mismo recorrido, pero en eje con el santuario del Pilar. Y, en efecto, la elección de la clase política local fue la de modernizar el tejido de la ciudad a través de una sobresaliente serie de intervenciones en el interior del centro histórico (no todas llevadas a cabo), junto a algunos proyectos de urbanización de nuevas zonas en la zona del Salón de Pignatelli y sobre la Huerta de Santa Engracia, y sucesivamente en el paseo de Sagasta y de la Lealtad.

Punto neurálgico y objeto de encendidos debates en la prensa local fue la ordenación de la plaza del mercado, comienzo de una secuencia de espacios abiertos que comprendía asimismo la plaza del Pilar y la de la Seo. Magdalena aprovechó la oportunidad ofrecida por la construcción del nuevo mercado (1889) para proponer en 1900, en la línea de proyectos precedentes, la alineación de las fachadas edificadas en torno al mismo y la realización de una galería sostenida sobre columnas de fundición, transformando el área existente, larga y estrecha, en un moderno espacio de conexión entre la ciudad antigua y sus expansiones modernas. El proyecto no fue realizado de manera completa, como evidencian todavía hoy los restos de pórticos y columnas alrededor del mercado. Otra propuesta de Magdalena afectaba a la plaza del Pilar, con el objetivo de alinear la fachada construida en paralelo al santuario: de esta manera se iban sentando las premisas para la unificación de esta plaza con la de la Seo, efectuada en 1916, con la demolición de una manzana de viviendas, y en 1939, con la grandiosa y controvertida unificación estilística realizada por Regino Borobio. Significativa fue la reorganización del área resultante de la demolición del convento de Santa Fe, adquirido por el municipio y transformado por Magdalena en una amplia plaza con jardín, solución convencional (como las precedentes), pero que privilegia la regularidad y la continuidad de la escena urbana.

Museo de Arte de Zaragoza, 1908
Divulgación [Archivo Histórico Municipal de Zaragoza]

Las nuevas urbanizaciones se desarrollaron siempre en continuidad con el tejido histórico de la ciudad. El modelo Cerdà, conocido por Magdalena, fue aplicado con gran pragmatismo en la urbanización de la Huerta de Santa Engracia y con mayor convicción en la urbanización del paseo de Sagasta. En este proyecto la línea del tranvía, situada a ambos lados del boulevard central concebido para el paseo, juega un papel fundamental. La urbanización de este paseo se desarrolla entre 1903 y 1911, y gracias a las obras de innovadores arquitectos como Antonio Palacios, autor de la Casa de Emerenciano García, o el mismo Magdalena, responsable de la famosa Casa Juncosa, se convierte en un lugar emblemático para la cultura arquitectónica hasta los años 30 (momento en el que se levanta un interesante edificio racionalista, la Confederación Hidrográfica del Ebro). El modelo puesto a punto por Magdalena se extiende a todos los nuevos barrios de Zaragoza, que todavía hoy revelan un aspecto homogéneo.

Como muchos de sus contemporáneos, Magdalena fue un arquitecto integral en el mejor sentido del término. Su concepción de la ciudad se manifiesta también en numerosos proyectos de mobiliario urbano, desde verjas a fuentes, a kioscos, hasta el kiosco para la música de San Sebastián (1906), en el que evidencia la influencia del art nouveau, por otro lado bastante extraña en la obra del zaragozano. Hernández revela la sintonía del arquitecto con el gusto de la clientela burguesa tanto en la fascinación por el exotismo (Pastelería La Flor de Almíbar-Fantoba, 1889), como en la decoración más tradicional del Casino Principal de Zaragoza o en los grandes almacenes del Pilar. La renovación del Teatro Principal, que todavía conserva las columnas de hierro fundido, o el Teatro Circo, más original en el uso de las estructuras metálicas, o, finalmente, el proyecto para el primer cine estable de la ciudad, el Palacio de la Ilusión (1905), son momentos clave en la relación que establece el arquitecto con su público. Magdalena se revela como un profundo intérprete del gusto conservador del momento, pero abierto también a las novedades procedentes del resto de Europa, sobre todo en la arquitectura efímera como el arco triunfal para celebrar la visita del monarca Alfonso XII a Zaragoza (1903) o el arco de entrada a la Exposición Hispano-Francesa de 1908. Estos trabajos son prolongación del trabajo realizado por Magdalena en el campo de las artes decorativas e industriales, desde la participación en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza (1895), en la que fue profesor y director, hasta el diseño de piezas tan singulares como los faroles en celebración de los Misterios de la Virgen, mostrados en la fiesta del Rosario del Cristal que se celebra el 13 de octubre, y que están en uso todavía hoy, o los chapiteles que rematan las torres-campanario del santuario de la Virgen del Pilar.

Gran Casino de la Exposición Hispano-Francesa, 1908
Divulgación [Archivo Histórico Municipal de Zaragoza]

Un aspecto no menos importante entra en el ámbito de la restauración monumental, que en Aragón como en el resto de España y Europa, se transforma a lo largo del siglo XIX en un instrumento de refuerzo de la identidad nacional. La respuesta de Magdalena estuvo en línea con los parámetros de la restauración estilística, como muestra el caso de la iglesia de San Pedro el Viejo, en Huesca (1890-1891), famosa per haber alojado al rey Ramiro II de Aragón en sus últimos años de vida. El edificio presentaba grietas y desplomes importantes que hacían temer por su estabilidad: sobre todo el claustro que estaba casi reducido al estadio de ruina. La intervención de Magdalena consistió de manera básica en la demolición de muros y bóvedas, en especial en la nave izquierda. Asimismo, las partes faltantes del claustro fueron reconstruidas, incluyendo la sustitución de algunos capiteles, reemplazados por copias realizadas por un escultor zaragozano, operación que suscitó criticas, probablemente las únicas en la brillante carrera de Magdalena. Esta restauración sirvió para restituir el conjunto en su integridad, si bien alteró su autenticidad, pero en cualquier caso fue menos invasiva que las precedentes y estaba en la línea de los criterios teóricos y prácticos de la época.

El libro concluye con la Exposición Hispano-Francesa de 1908, evento que consagró el éxito profesional y, de alguna manera, también el político de Magdalena. La adhesión al modernismo internacional, asimilado a través de una particular exuberancia decorativa, no excluía la relectura de las formas mudéjares, como es evidente sobre todo en el Pabellón Central, ni la tendencia funcionalista, en parte reconocible en el Pabellón de la Maquinaria.

No hay duda de que Magdalena ha tenido la capacidad de ofrecer a Zaragoza una identidad arquitectónica a través de la cual se miran pasado y futuro. Ciudad orgullosa, pero en el fondo conservadora y exuberante, con una historia ilustre y decisiva para España, Zaragoza ha estado siempre en busca de su identidad. La Caesarugusta romana dejó una impronta urbanística determinante, pero escasos monumentos; la misma domimación árabe ha estado oculta y transformada por intervenciones sucesivas, como revela el palacio de la Aljafería. La elección del estilo neo-mudéjar – al cual la misma Hernández Martínez y María Pilar Biel Ibáñez dedicaron de manera oportuna un estudio monográfico en 2007- inspirado en el mudéjar, estilo que atravesaba el período árabe a la Reconquista, es revelador por que era el que mejor podía servir para interpretar las diversas fases de la ciudad en el paso del siglo XIX al XX. El uso del ladrillo cara vista, además, se conjugaba perfectamente con la renovación arquitectónica en curso: la misma elección, orientada hacia el neomedievalismo, había sido realizada por Hendrik Petrus Berlage en Holanda y por Camillo Boito en Italia.

Por su capacidad para asumir e interpretar los valores progresistas de la tradición, abriéndola a nuevos temas funcionales y estéticos, Magalena ha sido situado entre los grandes protagonistas del regionalismo europeo: un arquitecto completo, como evidencia el trabajo de Ascensión Hernández Martínez, capaz de crear un lenguaje que no queda circunscrito a la solución de un edificio singular, sino que se convierte en la gramática y síntesis de una entera ciudad.

sobre el autor

Claudio Varagnoli es catedrático de “Restauro arquitectónico” en la Università di Chieti-Pescara. Licenciado en Arquitectura por “La Sapienza” di Roma (1982), en 1987 consigue el título de doctor en “Conservazione dei beni architettonici”. Ha publicado numerosos estudios sobre la arquitectura del siglo XVIII y sobre la historia de la restauración, especialmente sobre la relación entre el proyecto contemporáneo y la conservación del patrimonio histórico. Se ha dedicado también a estudior la organización de las obras en la edad moderna y las técnicas de construcción tradicionales.

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Ricardo Magdalena

Ricardo Magdalena

Arquitecto municipal de Zaragoza (1876-1910)

Asunción Hernández Martínez

2012

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